viernes, 29 de abril de 2011

Cuando los Incas arribaron al Perú, y en verdad llegaron, porque no eran indios quechuas nativos; sino que provenían de una tierra situada al otro lado del Pacífico, establecieron una sociedad altamente espiritualizada encima de las ruinas de la gran cultura que había pertenecido al Imperio Colonial de Lemuria.
Los Sumos Sacerdotes del Sol de Tawantinsuyo-nombre del Imperio Inca construyeron su Coricancha o Templo del Sol exactamente encima de la antigua estructura que se remontaba a una época muy remota.
Templo del Sol Coricancha
En los antiguos archivos de su país natal situado al otro lado del Pacífico se habían enterado de la existencia del Disco Solar de Oro de Mu y sabían que los habían sacado del continente condenado y llevado a una nueva tierra donde el Señor Muru había fundado un Retiro Interior o Santuario.
Una vez que estuvieron en el Perú, los Santos Sacerdotes Incas buscaron empeñosamente el disco durante mucho tiempo pero nunca lo localizaron. Empero cuando llegaron al lugar en la Senda Espiritual donde podían usar el Disco en beneficio de todo su pueblo, los nativos, las tribus indígenas, que habían sido amalgamadas en un imperio como se acostumbraba en Mu, les fue ofrecido entonces para su uso diario en su Templo del Sol en Cuzco.

Templo Portal Aramu-Muru
En aquella época el Emperador Inca era un Místico Divino o Santo, y realizó un peregrinaje al Monasterio del Lago Titicaca, y allí Aramu-Muru, como Jefe Espiritual o Abate de la Hermandad entregó el Disco al Emperador.
Se impartieron órdenes para que varios Hermanos del Lago lo acompañaran en su viaje a la capital del imperio del Cuzco. Allí el Disco fue colocado en un santuario que habían preparado, y se le mantenía sujeto con cuerdas de oro tal como se hacía en la antigua Lemuria.
Aún hoy, los orificios por los cuales pasaban las cuerdas pueden verse en el Convento de Santo Domingo del Cuzco que fue erigido sobre el Templo del Sol pre-inca e inca.

Disco Solar

Los Incas llamaban a su Templo del Sol Coricancha, que significa Lugar de Oro o Jardín de Oro. Esto se debía a las magníficas figuras de tamaño natural de hombres, animales, plantas y flores hechas de oro que estaban en un verdadero jardín de Oro adyacente al Templo del Sol.
Pero los científicos, sacerdotes llamaban al Templo Amarucancha. En algunas de las piedras de Santo Domingo aún se ven serpientes talladas (amarus) y debido a esta razón, dicen algunos llamaban a este Templo Amarucancha o Lugar de las Serpientes. Sin embargo , esta no es la verdadera razón.
Aramu es una forma de Amaru, que es uno de los nombres del Señor Maru tiene que ver con la serpiente porque su título es similar al de otro maestro mundial, Quetzalcoatl, la Serpiente Emplumada del Imperio Azteca en México.
Por lo tanto, el Templo del Sol en Cuzco recibió su nombre de Amaru Muru, jefe del Monasterio del Lago Titicaca, porque fue él quien les permitió por último tener el Disco de Oro en su Templo del Sol.
Dentro del Templo mayor había templos menores o santuarios consagrados a la Luna, los Doce Planetas (Estrellas), y a los Siete Rayos.

Gracias por su atención, 

Maria Quintana.




OSMOGÉNESIS: EL MISTERIO DEL PERFUME ASTRAL.

Estamos a mediados de agosto del año de gracia de 155. En la ciudad turca de Esmirna hay una gran agitación, pues Policarpo, su obispo cristiano, ha sido aprehendido por los esbirros del califa, quienes se disponen a aplicarle un tormento mortal: la pira.

De nada valieron los gritos y protestas de la multitud, ya que una vez que Policarpo terminó de decir sus oraciones, los guardias armados procedieron a encender el fuego.

Las llamas no tardaron en crecer, y fue entonces que comenzó a manifestarse un raro prodigio: el fuego, formando una especie de bóveda, hizo un muro alrededor del cuerpo del mártir, sin afectarlo en lo más mínimo.

Y por si esto fuera poco, mientras el fuego se mantenía apartado de Policarpo, éste empezó a desprender un perfume exquisito, semejante al incienso, y que aún la gente del califa pudo apreciar.

La gente decía que era el aroma de santidad del obispo.

El término olor de santidad se refiere a los aromas de origen desconocido que en ocasiones acompañan a algunos místicos que llevaron vida ejemplar.

Resulta difícil precisar cuándo y dónde fue acuñada esta expresión, pero indudablemente el caso de Policarpo, el cual llegaría a ser canonizado como santo, es uno de los primeros en los que se habla de un perfume místico. De ello dieron fe numerosos testigos en un documento muy confiable: la famosa carta de los cristianos de Esmirna, en donde se describe todo el episodio.

El santo no fue liberado por desgracia. Al percatarse de que el fuego no consumiría el cuerpo de Policarpo, los esbirros del califa aplacaron las llamas y lo ejecutaron directamente, traspasándole el pecho con un puñal.

No obstante, al ser retirado el cuerpo para recibir sepultura, éste seguía despidiendo ese aroma tan exquisito como sorprendente.
Hasta ahora, ningún crítico ha puesto en duda la veracidad de la carta que relata los hechos. Y algo semejante ha ocurrido con otros comentarios que relatan casos igualmente pasmosos.

Osmogénesis es el término derivado del griego (osmos: olor y génesis: engendrar), que ha acuñado la parasicología para este fenómeno que parece rebasar las leyes físicas. O si no, ¿cómo puede un cuerpo humano común y corriente emanar fragancias tan inusuales como exquisitas?

Sin embargo, numerosas crónicas fidedignas narran que así sucedió con santa Teresa de Jesús, san Juan de Dios, san Pascual Bailón, san Vicente de Paúl, entre otros santos católicos, así como con religiosas como Victoria Colonna y Catalina de Cardona. ¿Acaso se operó en todos ellos un milagro?

Actualmente la iglesia católica se cuida mucho de utilizar dicha expresión, porque la moderna parasicología ha avanzado lo suficiente como para dar explicación a numerosos prodigios, sin necesidad de recurrir a la divinidad.

Esto, claro, no excluye la posibilidad de los hechos milagrosos que son tan caros a los creyentes y que se suelen recoger oficialmente durante los procesos de canonización.

Estos procesos, contra la creencia popular, son muy estrictos y no con facilidad dan crédito a los prodigios supuestamente obrados por místicos y religiosos.

No obstante, en un estudio realizado por el competente parasicólogo y a la vez sacerdote jesuita, Herbert Thurston, encontró no menos de 42 santos, beatos y religiosos de cuyos cuerpos se desprendían aromas de origen desconocido.

Sin duda, el caso más extraordinario corresponde no a un santo, sino al padre Pío, un sacerdote italiano que falleció en 1968.

Según consta en anales laicos y religiosos, toda su vida se vio rodeada de hechos asombrosos, entre los cuales destacan el haber sufrido los estigmas de Cristo y una tremenda crisis de hipertermia (elevación anormal de la temperatura corporal), llegando a registrar 48,5 grados.

El padre Pío fue conocido sobretodo por su don de ubicuidad y por sus curaciones paranormales, pero no menos inquietante resulta el olor de santidad que siempre rodeó a su persona.

Ese aroma no podía deberse a alguna fragancia que el utilizara, ya que en primer lugar, el voto de humildad de los capuchinos los obliga a utilizar exclusivamente agua y jabón en su aseo personal y en segundo lugar, quienes pudieron aspirar el aroma, refieren que no se parecía a ningún perfume conocido.
Aparte de que podía manifestarse a distancia e incluso en la ausencia del religioso, como en cierta ocasión en que un paciente de peritonitis agonizaba y no hacía sino pedir la presencia del padre Pío. No pasó mucho tiempo para que en el cuarto del enfermo se manifestara un delicioso perfume cuya fuente nadie supo precisar. En esta ocasión nadie pudo ver físicamente al padre Pío, pero tras la aparición del aroma misterioso, se produjo una mejoría increíble en el enfermo, quien finalmente sanó.

Otro ejemplo lo hallamos en las crónicas que narran la muerte se san Simeón el Estilita en 459. Como se sabe, este místico llevó una vida ascética en lo alto de una columna, en donde vivía en permanente comunión con Dios.

Periódicamente Antonio, su discípulo predilecto, le llevaba agua y alimentos, pero un día el ermitaño no respondió a sus llamados. El joven trepó hasta la plataforma y halló muerto a su maestro. Pero no sólo esto, su cuerpo exhalaba un perfume como hecho de muchas especies.

Así, un hombre que había pasado los últimos años de su vida a la intemperie, sufriendo las más grandes carencias, al morir emanaba una suave fragancia, en vez de las emanaciones fétidas de un cadáver.

Otro tanto sucede con el perfume que emanaba de la celda de santa Catalina Ricci, y que continuó también en su tumba.

Durante el proceso de canonización, cerca de 30 hermanas del convento de Prato, atestiguaron bajo juramento que el perfume procedía de la celda en que murió y en donde se guardaba el cadáver en una cripta.

El perfume en cuestión no podía ser comparado con ningún otro, natural o artificial, y tal fragancia perduró más de un año, a pesar de que su cuerpo estaba encerrado en un ataúd de plomo.

Esta es otra de las características que distinguen al olor de santidad de los perfumes comunes: tiene una asombrosa persistencia y ningún material ofrece una barrera contra él.

En el caso de Rosalina de Villenueve, una religiosa francesa fallecida en 1329, y cuyo cadáver permaneció incorrupto, el aroma se abría paso hacia el exterior a través del ataúd y de la lápida.

El fenómeno de la osmogénesis rebasa la religiosidad y de hecho se ha dado dentro de otros contextos.

Paramhansa Yogananda, el respetado maestro espiritual de la India que visitó Estados Unidos en los años cuarenta, refiere en su autobiografía haber conocido personalmente a Gandha Baba, un místico hindú cuyo cuerpo no sólo emanaba perfume, sino que podía producirlo a voluntad en otras personas. No se trataba de sugestión o hipnosis, ya que Yogananda le pidió que perfumara una flor artificial, cuyo aroma no solo era perceptible a su regreso a casa, sino que duró intacto muchos meses.

Uno de los seguidores de Gandha Baba le dijo a Yogananda que aquel había aprendido los secretos del perfume corporal de un sabio maestro tibetano, pero al parecer no es necesario ir al Tíbet para conocer dicho secreto.

El propio Yogananda fue protagonista. Este yogui murió en 1952, a la edad relativamente precoz de 59 años, pero tras su muerte, sus seguidores se percataron de que su cuerpo no mostraba las huellas del deterioro o descomposición usualmente asociadas a los cadáveres y por añadidura, despedía una fragancia exquisita.

Algo muy semejante tuvo lugar el siglo XVI con Teresa de Ávila (también conocida como Santa Teresa de Jesús), que mas tarde seria canonizada co0mo santa.

En su LIBRO DE LAS FUNDACIONES, Santa Teresa habla de Catalina de Cardona, una dama española muy piadosa que sin ser religiosa, llevó una vida de soledad y oración en el convento de las Carmelitas. Sus compañeras aseguraron que en torno a doña Catalina flotaba un aroma igual al de las reliquias y tan fuerte que ellas no vacilaron en atribuirlo a Nuestro Señor. Ese perfume invadía también su hábito, el cual quedó impregnado durante mucho tiempo.

Santa Teresa, aparte de religiosa fue una de las mentes más lúcidas de su tiempo y estuvo completamente convencida de la realidad del fenómeno, según se desprende de los párrafos anteriores.

Y por si esto fuera poco, más tarde se registraron diversas manifestaciones de osmogénesis en esa misma orden.

En lo concerniente al perfume corporal post mortem, no hay probablemente mejor ejemplo en la historia, ni pruebas tan abundantes ni convincentes que con los restos mortales de la propia Santa Teresa, que perduraron por lo menos seis años emitiendo un dulce olor aún tras ser inhumados.

Pero la ciencia ¿qué opina? Por lo pronto, nada. Este es uno de los tantos fenómenos que han sido desechados a priori como espurios. Simplemente los hombres de ciencia estiman –a pesar de todas las pruebas.-que algo así es sencillamente imposible-.Es lamentable, porque se trata de un fenómeno lo suficientemente interesante como para merecer una amplia y ambiciosa investigación.
Un caso ocurrido durante el proceso que la Iglesia siguió en 1631 a las monjas del convento de Loudun, las cuales estaban presuntamente poseídas por el demonio. Sor Juana de los Ángeles, la priora del convento, fue también objeto del exorcismo, y al término de éste con gran sorpresa, los padres exorcistas descubrieron que de una zona del pecho de la religiosa había comenzado a manar una exudación que llenaba la habitación de una hermosa fragancia, impregnando incluso su hábito de manera permanente. ¿Este aroma, provenía de Dios o del diablo?

Esa es una pregunta crucial, que sin embargo, quedó en el aire. Tradicionalmente el olor asociado al diablo es uno repugnante, el del azufre. ¿Pudo en esa ocasión cambiar a uno fragante? ¿O ese perfume solo estaba evidenciando la intervención divina?. ¿O más bien, todo se debió a un fenómeno fisiológico desconocido desencadenado por el inconsciente de la religiosa?

Se sabe que en algunas sesiones espiritistas se han producido olores correspondientes a esencias conocidas: almizcle, sándalo, clavel, patchouli y otros, pero ha sido imposible determinar si provenían de espíritus desencarnados o de las personas presentes. El misterio de la osmogénesis que parece lindar entre dos mundos, continúa tan impenetrable como siempre.

Para saber más:

o El enigma de los cuerpos prodigios. M. Eliade y otros.
o Mystics and men of miracles of India Mayah Balse.

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