lunes, 24 de octubre de 2011


LA GRAN PIRAMIDE DE GIZA
Por: Carlos E. Casero
Cuándo, cómo, por quién y para qué? Son las típicas preguntas que asaltan la curiosidad de todos aquellos que han contemplado la imponente figura de la Gran Pirámide. A pesar de los miles de libros que se han escrito durante muchos años y el haber llamado la atención de miles de científicos, filósofos y otra larga legión más de admiradores, las respuestas a estas cuatro preguntas siguen constituyendo uno de los enigmas más ocultos de toda la humanidad.

Panorámica de las Pirámides de Giza. A la izquierda la Gran Pirámide.

EL EXTERIOR DE LA GRAN PIRÁMIDE
En la actualidad el exterior de la Gran Pirámide aparece muy deteriorado. Basta pensar que durante siglos ha servido de cantera a innumerables edificaciones de la cercana Ciudad de El Cairo. Se cree que permaneció con su estructura original hasta los siglos XII o XIII, pues según las crónicas fue durante este momento histórico cuando Egipto sufrió enormes terremotos que pudieron afectar al revestimiento que recubría toda la pirámide, que estaba pintado de un color amarillento.
Este revestimiento del cual todavía se pueden apreciar algunos bloques de más de tres metros cuadrados, ha maravillado a distintos estudiosos por el perfecto paralelismo a lo largo de sus aristas y por haber sido colocados utilizando yeso rápido de fraguado. El mismísimo Petrie pudo comprobar sobre el terreno que, no existía señal alguna de arrastre de los bloques, ni puntos de engarce para cuerdas, con lo que inevitablemente cada uno de estos bloques tuvo que ser colocado al primer intento, nada más y nada menos que cerca de 27.000 bloques perfectamente pulidos y encajados a la primera, sin margen de error para posteriores rectificaciones.
Debajo de este impresionante revestimiento, casi dos millones y medio de bloques, en su mayoría de piedra caliza, aunque existen bloques de mayor dureza, granito, en su interior. Su altura de 146,6 metros (en sus orígenes) y una masa aproximada de tres millones de metros cúbicos asentados sobre una superficie de cincuenta y tres mil metros cuadrados (8 campos de fútbol), le hacen alcanzar los siete millones de toneladas, midiendo cada uno de sus lados 230 metros. Es una pirámide perfecta en la que sus lados se alzan en un ángulo de 52 grados.

Dibujo de época, de la entrada principal a la Gran Pirámide.

Toda esta gigantesca mole está asentada sobre una plataforma nivelada artificialmente, con errores mínimos que no alcanzan los 2,5 centímetros en algunos puntos, siendo la base perfectamente cuadrada, lo que no deja de constituir por si mismo un auténtico logro técnico, incluso para nuestra época. Los bloques de piedra que la forman están cortados con gran precisión, ajustándose unos a otros milimétricamente, sin necesidad alguna de argamasa. La media de peso en cada uno de los bloques oscila entre las dos y dos toneladas y media, aunque existen bloques que sobrepasan fácilmente las sesenta toneladas, realizados en granito procedente de las canteras de Asuán, mil kilómetros más al sur.
La alineación de la Gran Pirámide se ajusta al norte verdadero, con un margen de error de 5 minutos de arco, lo que le sirvió a los cartógrafos de Napoleón hace dos siglos para triangular y trazar el mapa del Norte de Egipto. Demasiada casualidad, como la egiptología oficial nos quiere hacer ver, para una alineación casi perfecta.

LA ENTRADA A LA GRAN PIRAMIDE
En el año 813 d. C., Abdullah Al Mamún accedió al poder en la Ciudad de Bagdad. Sus ansias de conocimientos le llevaron a fundar universidades y a ser un mecenas de la literatura, las ciencias y el arte. Dentro de sus dominios, la Gran Pirámide se le presentaba como una gran oportunidad de acrecentar su innata necesidad de saber más y más, envuelto todo ello en una nube de misterio que distintas leyendas alimentaban desde tiempos remotos, en las que se hablaba de grandes tesoros ocultos en el interior del milenario monumento. Así, en el año 820 rodeado de un nutrido equipo de técnicos y colaboradores, se dispuso a perforar un túnel para acceder al interior de la Gran Pirámide. Tras repetidos intentos sobre la dura piedra y gracias a la aplicación de hogueras sobre los bloques para ponerlos al rojo vivo, combinado con vinagre frío y golpes de ariete, consiguieron abrir poco a poco un túnel en dirección norte-sur, con una desviación final al este que les llevó a través de 38 metros a comunicar con el Canal Ascendente y el canal que desciende hasta la Cámara del Caos.
No queda más remedio que pensar que fue demasiada casualidad que Al Mamún eligiese un punto exacto en la Cara Norte de la Gran Pirámide, situado 10 hileras más abajo de la entrada original secreta para acceder al interior de la pirámide. De algún modo Al Mamún tuvo que tener acceso a información en la que se hablase de la entrada original, aunque los obreros dijesen que oyeron caer una piedra en el interior, y guiándose por este ruido llegaron a alcanzar a uno de los canales interiores. Tan sólo 27 metros más arriba de la galería en la que irrumpieron, lograron encontrar la entrada original. Hoy en día, ésta entrada abierta por Al Mamún es la utilizada habitualmente por los visitantes para acceder al interior de la Gran Pirámide.
Una vez en las entrañas de la Gran Pirámide, y desde la intersección del pasaje de la entrada original y el abierto por Al Mamún, nos encontramos con la posibilidad de elegir dos opciones. La primera de ellas es la de ascender a través de la estructura de la pirámide por el conocido Canal Ascendente, y la otra es la de introducirnos por debajo de la base de la pirámide por el Canal Descendente excavado sobre el terreno.
Este Canal Descendente se adentra a más de 30 metros de profundidad del nivel de la meseta donde se asienta la Gran Pirámide, en un recorrido de 105 metros, por un estrecho y claustrofóbico pasillo que apenas sobrepasa el metro de ancho y 1,22 metros de altura, finalizando en un pequeño pasaje horizontal más estrecho y bajo, que alcanza los nueve metros y que desemboca en la Cámara del Caos, un habitáculo que sobrepasa ligeramente los 3 metros de altura y con unas dimensiones de 14,5 metros de largo por 9 metros de ancho. Destaca en su pared sur un corredor que tras escasos metros finaliza sin llegar a ningún objetivo aparente.
Excavada en la roca, se sitúa sobre la vertical del centro de la pirámide. Esta cámara, también llamada "inacabada", se cree que inicialmente estuvo proyectada para albergar al difunto faraón, pero planes posteriores hicieron abandonar tal idea, quedando sin terminar y dando un aspecto que bien le ha valido su nombre de Cámara del Caos.
Volviendo de nuevo al punto de intersección de los Canales Descendente y Ascendente, se pueden apreciar tres bloques de granito que taponaban el acceso al Canal Ascendente y que tuvieron que ser rodeados en su momento por los hombres de Al Mamún, dada su extraordinaria dureza para ser perforados.

Gráfico del interior conocido de la Gran Pirámide.

Este canal se encuentra perfectamente pulido a lo largo de sus 25 metros de longitud. Al igual que el Canal Descendente, su estrechez y altura son agobiantes, 1,05 metros de ancho y 1,20 metros de alto. Finaliza en la conocida como Gran Galería, a unos 23 metros de altura sobre el nivel de la base de la pirámide. En el inicio de la Gran Galería se encuentra otro pasaje que discurre horizontal durante sus 38 metros de recorrido, lo que le da el nombre de Canal Horizontal. Sus características son muy similares a la del Canal Ascendente, con la peculiaridad de que a escasos 5 metros del final existe un escalón de medio metro, que aumenta la altura del canal hasta finalizar en la Cámara de la Reina.
La Cámara de la Reina es una habitación abovedada, completamente vacía que se encuentra en el centro del eje norte-sur de la pirámide y donde se haya una gran hornacina excavada en la pared oriental de unos 4,5 metros de altura. Sobre las paredes norte y sur, se localizan los accesos a los mal llamados Canales de Ventilación, unos pequeños boquetes cuadrados de 22 centímetros de lado que, tanto en su inicio como en su final estaban taponados. Fue a través de uno de estos canales que en 1.993, el ingeniero alemán Rudolf Gantenbrink descubriese con un pequeño robot, cuando limpiaba estos canales, la existencia de una puerta con dos pomos metálicos que supuestamente accede a una cámara desconocida, y que la desidia de los responsables del lugar han ignorado hasta el momento.

Canal Descendente.

De vuelta a la Gran Galería, se pueden apreciar a lo largo de sus 45 metros que discurren en un ángulo de 26 grados, 14 hornacinas a cada lado, que en su origen se cree, albergaron las figuras de 28 reyes, la de los antepasados de Keops y él mismo. El techo situado a 8 metros de altura se va estrechando de abajo a arriba, con siete voladizos superpuestos. El ancho de la galería es de poco más de dos metros, todo un lujo, aunque el paso se ve limitado a un metro aproximadamente, por dos pasamanos o bancadas de piedra de medio metro de ancho a cada lado. Llama poderosamente la atención la perfección absoluta en el trabajo realizado por los canteros y artesanos que trabajaron los bloques de piedra que forman la galería, pues el error arquitectónico de los ejes de simetría se mide sólo en micras, una referencia para cualquier arquitecto de la actualidad difícil de superar.
Después de subir un gran escalón situado al final del recorrido de la Gran Galería, se accede a una antecámara llamada Cámara de los Rastrillos, con numerosas ranuras cortadas con precisión y que en su momento sirvieron para dar soporte a distintos mecanismos de protección que impidiesen el paso a la contigua Cámara del Rey, situada más al interior, y de los que aún hoy en día se pueden apreciar, como un trozo de losa de granito asegurada en su ranura con argamasa, que actuaba como un tapón. Poco antes de penetrar en la Cámara del rey la altura baja considerablemente, siendo necesario prácticamente arrastrarse para poder entrar.

Hornacina existente en el interior de la Cámara de la Reina.

Lo primero que llama la atención, es un cofre de granito rojo sin tapa que mide 229x99x104 centímetros, asociado con el féretro de Keops, aunque jamás se encontrase ningún indicio que apoyase esta hipótesis. Por cierto, jamás ha quedado claro cómo pudieron introducir este cofre por los exiguos pasillos de la pirámide si exceptuamos su ubicación a cielo descubierto, cuando aún se estaba construyendo la pirámide. Los lados de esta cámara sobrepasan los diez metros, y sus muros están formados por cinco hileras de bloques donde se apoyan nueve colosales bloques de granito de más de 300 toneladas. Al igual que en la Cámara de la Reina, existen dos Canales de Ventilación, aunque a diferencia de estos, en esta ocasión si tienen salida al exterior de la pirámide.
Sobre la Cámara del Rey, y a lo largo de los siglos XVIII y XIX, fueron descubiertas diferentes cámaras a las que se consideraron como de descarga, a pesar de que técnicamente no cumplen esta función técnica.
La primera de ellas fue descubierta por Nathaniel Davidson en el año 1.765. En 1.837 Howard Vyse descubrió cuatro más, la última de ellas con el techo a dos aguas. Fue precisamente en esta última cámara de descarga llamada Cámara del Coronel Campbell, donde H. Vyse encontró poco antes de que se le terminara el presupuesto para volverse a Inglaterra, el cartucho con el nombre del Faraón Keops en su interior, y que desde entonces a pesar de la polémica y sospechas de fraude, ha constituido la prueba fundamental para atribuir la construcción de la Gran Pirámide a Keops y articular la cronología del Imperio Antiguo.

Imágenes de la Gran galería. A la izquierda y la derecha representaciones de la época napoleónica.

Existe una galería que en el año 1.638 el ingles John Greaves descubrió casualmente, al observar la ausencia de un sillar al inicio de la Gran Galería, y a la que bautizó con el nombre de Pozo. J. Greaves se adentró poco más de 15 metros, hasta una cavidad natural a la altura de la base de la pirámide. Pero no fue hasta el año 1.817 que Giovanni Battista Caviglia limpió en su totalidad esta galería llena de escombros, hasta comunicar con las proximidades de la Cámara del Caos, en el Canal Descendente, después de recorrer casi 70 metros de un tortuoso y difícil recorrido.
Todos los expertos coinciden en que este canal o pozo fue excavado posteriormente a la realización de la Gran Pirámide, pero es un auténtico misterio el establecer quién, cuándo y para qué se realizó.

"Sarcófago" de granito rojo de la Cámara del Rey.


CUANDO FUE CONSTRUIDA
Las fechas en las que se apoya la egiptología oficial para datar la construcción de la Gran Pirámide, se basan, ante todo, en el relato de Heródoto y en el cartucho con el nombre de Keops que H. Vyse descubriera en la última cámara de descarga.
Tanto en uno como en otro caso, las fechas sitúan el reinado del faraón Keops (¿2.589-2.566 a. C.?), durante la IV Dinastía en el Imperio Antiguo, que se correspondería a la cronología que nosotros hemos utilizado al principio de este temario, entre los años 2.700 a. C. y 2.180 a. C., y que como ya indicábamos entonces, es una más de las muchas que existen, pues a pesar de la certeza absoluta que algunos pretenden demostrar en cuanto al conocimiento de fechas, no hay nada más alejado de la realidad.
Existen diferencias abismales, no sólo para datar el reinado de Keops, sino el de cualquier otro faraón de éste Imperio Antiguo. Mientras que el sacerdote Manetón sitúa a Keops como el segundo faraón de la IV Dinastía y vigésimo octavo desde el fundador de la I Dinastía, el mítico Menes, situándolo en el año 4.800 a. C., otras cronologías lo ubican en periodos mucho más recientes que oscilan entre el 2.750 a. C. y el 2.589 a. C., eso sí, como segundo faraón de la IV Dinastía.
¿Por qué no hay unanimidad de criterio en las fechas?. Sencillamente porque nadie quiere admitir su ignorancia en el conocimiento del antiguo Egipto.

HERÓDOTO
El historiador griego Heródoto de Halicarnaso visitó Egipto en el Siglo V a. C., más de 2.000 años después de la construcción de la Gran Pirámide según su propia datación basada en los relatos que llegaron a sus oídos y que describe en su II Libro de la Historia.
Por sí mismo, este periodo de más de 2.000 años, debería constituir un serio revés para la credibilidad de sus escritos. En su obra recoge las narraciones que sus guías le cuentan, como la utilización de 100.000 hombres, reemplazados cada tres meses por nuevos trabajadores que inicialmente necesitaron diez años para la construcción del terraplén y las infraestructuras que facilitarían en otro periodo de veinte años más, la realización final de la pirámide-tumba del soberano Keops.
En cualquier caso, no debemos olvidar que estos hechos no son constatados personalmente por Heródoto, sino que él sólo se limita a recopilar información de la gente que allí le rodea, y que con casi toda seguridad era desconocedora real del complejo arqueológico de Giza, como lo demuestra que en ningún momento se hiciese referencia a la existencia de La Esfinge, cubierta de arena por el paso de los siglos. Algo tan poco científico como el uso de mitos y leyendas, constituye una de las argumentaciones básicas de la egiptología oficial.

Heródoto

HOWARD VYSE
Pero a la prueba documental que Heródoto presentaba, le faltaba una física que terminase definitivamente con cualquier duda que muy razonablemente pudiera surgir de los "cotilleos" que Heródoto había recogido en Egipto.
Y con esa idea llegó el 29 de Diciembre de 1.835 el coronel retirado del ejercito británico, Richard Howard Vyse, perteneciente a una ilustre familia a la que su forma de vida y andanzas no habían enorgullecido precisamente, en pocas palabras, este militar nieto del Conde de Staffor era la oveja negra de tan aristocrática familia.
Por aquellos tiempos estaba muy de moda la investigación de las culturas del Medio Oriente y Egipto, y después de hacerse con un visado especial del consulado británico, se dispuso a cubrirse de gloria colaborando con el italiano G.B. Caviglia en la zona arqueológica de Giza. Pero en febrero de 1.837, despues de varias discusiones y enfrentamientos, H. Vyse expulsó a Caviglia. El tiempo pasaba y H. Vyse no conseguía los resultados apetecidos que le proporcionasen la fama y el éxito que tanto anhelaba y que le reconciliase con su familia y el resto de la alta sociedad inglesa, como él mismo reflejó en su diario el día 27 de Enero de 1.837.
Sus esfuerzos en esos momentos se centraban en las sospechas de una cámara superior (ya Caviglia pensó en esta posibilidad) a la descubierta por Davidson en 1.765. Hombre directo y pragmático, encargó a su colaborador el ingeniero J.S. Perring, los preparativos para hacer saltar por los aires a base de pólvora uno de los sillares del techo de la Cámara de Davidson. Así y de este modo, los días 30 de marzo, 27 de abril, 6 y 26 de mayo, H. Vyse y J.S. Perring fueron descubriendo el resto de cámaras de descarga, que bautizaron con los nombres de Wellington, Nelson, Arbuthnot y Campbell. En las dos últimas de estas cámaras observó algunos signos de color rojo, como los que utilizaban los antiguos canteros egipcios, y en la última de las cámaras detectó la presencia de un cartucho con el nombre de un faraón, CH-U-F-U (Keops). La gran noticia dio la vuelta al mundo, su deseo se convirtió en realidad, de ser un don nadie pasó vertiginosamente a ser uno de los hombres más conocidos y afamados de todo el mundo.
Entre los dos millones y medio de bloques que forman la Gran Pirámide, H. Vyse había encontrado una única señal existente con el nombre de su constructor, en un lugar no destinado a ser visto por nadie.
Excepto a sus colaboradores más allegados, prohibió la entrada a todo el mundo, enviando copias de los jeroglíficos encontrados a quienes las solicitaron. Entre ellos el Doctor Samuel Birch, especialista en jeroglíficos, quien dio la primera voz de alarma al extrañarse de que el cartucho estuviese escrito en caracteres semihieráticos, un tipo de escritura de jeroglíficos lineales que no existían aún en la época del Imperio Antiguo. Incluso el afamado Richard Lepsius también quedó muy sorprendido por la utilización de estos signos.
Algunos investigadores como Zecharia Sitchin argumentan la utilización de la obra de Sir John Wilkinson, Materia Hieroglyphica, como la fuente que inspiró a H. Vyse para copiar la escritura de los jeroglíficos, desconociendo un error que el propio J. Wilkinson rectificó más tarde, y que incluyeron sin darse cuenta Vyse y Perring, al introducir en el nombre de CH-U-F-U un símbolo erróneo que equivalía a RA-U-F-U. Del mismo modo sorprende el excelente estado de las pinturas realizadas en una mezcla de ocre rojo, que impiden apreciar su antigüedad con claridad.
Muchas dudas pues atenazan esta "indudable" prueba presentada por la egiptología oficial, para establecer la construcción de la Gran Pirámide en torno al año 2.750 ó 2.580 a. C., por decir alguna fecha.

Howard Vyse.

CONCLUSIONES
Hay un viejo refrán que dice: "Quien tiene boca, se equivoca", y precisamente no es lo que queremos hacer nosotros. Tan sólo pretendemos llamar la atención sobre puntos muy poco claros de toda esta historia, y que algunos se han propuesto establecer como auténticos dogmas de fe.
En primer lugar recordar que el relato de Heródoto está basado en mitos y leyendas, las mismas que en otros casos no son ninguna prueba seria para aquéllos que sí defienden en esta ocasión a Heródoto.
En segundo lugar, existen suficientes indicios para hacernos pensar en una actitud fraudulenta por parte de H. Vyse, que ponen en tela de juicio la magnitud de sus descubrimientos y resaltan la necesidad de nuevas pruebas que contrasten con las puestas en duda, la autenticidad de una cronología impuesta y encajada a base de martillazos.
Por último recalcar la existencia de evidencias físicas como la Estela Inventario, que nos hablan de la existencia de la Gran Pirámide o La Esfinge mucho antes de que apareciera la figura de Keops. La presencia física de pirámides en la I Dinastía, como la que aparece en la Tablilla de Narmer, que demuestran su presencia mucho antes de la supuestamente primera pirámide atribuida al Faraón Zoser de la III Dinastía.
O simplemente, las muchas leyendas como la recogida también por Heródoto, que datan a la Gran Pirámide en épocas antediluvianas. Y es que como dice otro viejo dicho: "......La misma luz que guía a algunos, ciega a otros......".

QUIÉN LA LEVANTÓ
Ya veíamos anteriormente, cuando nos referíamos a su posible fecha de construcción que, aparecía como autor el Faraón keops, nombre helenizado de Khufu, hijo del mayor constructor de pirámides y fundador de la IV Dinastía, el faraón Snefrú.
El mantenimiento de este nombre se sustentaba, como hemos visto también, tanto en pruebas documentales históricas como pruebas físicas. El relato de Heródoto por un lado y los jeroglíficos con el nombre de Keops encontrados en las últimas cámaras de descarga por parte del inglés H. Vyse, han sido más que suficientes pruebas para dar por cerrado un capítulo de la historia de la humanidad.
Llegados a este punto (con permiso de nuestros eminentes egiptólogos) debemos plantearnos la siguiente pregunta: ¿No existen otros relatos de la antigüedad, ni otras pruebas físicas que contradigan el nombre de Keops como el constructor de la Gran Pirámide?. ¿Debemos siempre creernos todo lo que nos cuentan sin rechistar y no ser chicos malos?.

A la izquierda se puede ver una de las dos caras de la Tablilla del primer faraón Menes (Narmer) en el Museo Egipcio de El Cairo. En la parte superior izquierda, ya en la imagen del centro, se aprecia al propio faraón victorioso marchando sobre los territorios conquistados con su Corona Roja del Bajo Egipto. En el dibujo de la derecha y ampliando aún más la imagen de Menes, aparece detrás de él la inequívoca figura de una pirámide. Faltaban varios siglos para que el Faraón Zoser durante la III Dinastía realizase la primera pirámide.

LAS OTRAS PRUEBAS DOCUMENTALES
Antes de ver otro tipo de pruebas que no indican precisamente a la figura del Faraón Keops la autoría de la Gran Pirámide, sería muy, pero que muy interesante, saber que el mismo Heródoto deja muy claro en su obra, y citamos textualmente que...: "......si alguno hubiere a quien se hagan creíbles esas fábulas egipcias, sea enhorabuena, pues no salgo fiador de lo que cuento, y sólo me propuse por lo general escribir lo que otros me referían......". Poco más que añadir a este sincero comentario aclaratorio, a buen entendedor pocas palabras bastan y..., quien quiera seguir aferrándose a las teorías oficiales para aparentar ser un "individuo serio y respetable", allá él, nosotros no comemos de ninguna mano.
Y ésta misma sensación de "incredulidad" o "prudencia" a la hora de relatar este capítulo de la historia, no ha sido propiedad exclusiva de Heródoto. Otros historiadores preocupados en establecer una prueba fiable y un nombre seguro que identifique al autor de este monumento, han tropezado con el mismo problema.
Euemero, Duris de Samotracia, Aristágoras, Dionisio, Artemidoro, Alejandro Polihístor, Butóridas, Antístenes, Demetrio, Demóstenes, Apión, etc, constituyen una larga relación de historiadores, filósofos, pensadores, etc, a quienes, al igual que a Heródoto, siempre les quedó esa sensación de duda alimentada por el paso de siglos y siglos encargados de borrar cualquier vestigio fiable de una realidad perdida.
Diodoro de Sicilia, otro de los historiadores que visitó Egipto al igual que Heródoto, sufrió el mismo impacto causado por el tiempo, y en esta ocasión los nombres que le señalan sus guías son diferentes a los que les fueron dados a Heródoto. Ahora los constructores de las Pirámides de Giza son Armoeus, Ammosis e Inaron. Para hacernos idea de este descontrol de fechas y tiempo transcurrido, el propio Diodoro escribe: "......como dice la gente del lugar, desde los tiempos en que se levantó el edificio hasta el día de hoy han transcurrido más de mil años, y hay quien afirma que los años pasados llegan a los tres o cuatro mil......". Como podemos ver, es totalmente gratuito aferrarse a fechas concretas, y quien esto hace, no es más que por vanidad e interés.
Ayer al igual que hoy, sólo nos movemos en el terreno de la especulación, nada ha cambiado desde entonces. Unos señalan con el dedo y otros son señalados. El continuar sustentando como prueba irrefutable el relato de Heródoto (del cual él mismo desconfía), no es más que una señal inequívoca de soberbia y prepotencia. Bien vale defenderlo como hipótesis pero... nada más.
Existen numerosas leyendas árabes que señalan la autoría de la Gran Pirámide y sus dos compañeras, a reyes míticos como Harmais, Saurid, Idris, etc. El cronista árabe Ben Wasif Sah Al-Katib nos narra en su obra "Noticias sobre Egipto y sus maravillas" que el Rey Saurid fue uno de los soberanos antediluvianos de los que nos hablan sacerdotes egipcios como Maneton, en sus increíbles cronologías divinas y humanas. Este rey hizo construir las dos grandes pirámides de Giza para salvaguardar todos los conocimientos de la humanidad de un diluvio que él vio en un sueño, y que acabaría con gran parte de la civilización.
El relato de Heródoto cumple las premisas necesarias para resultar "creíble", pues encaja a la perfección con una teoría preestablecida de antemano y que obedece más a unos deseos que a una prueba sólida. Una vez más somos víctimas de los prejuicios de nuestra época que tienden a ignorar otras realidades, y que sólo el tiempo podrá destapar.

Esta minúscula estatuilla del Museo Egipcio de El Cairo, es la única existente del todopoderoso constructor del edificio más impresionante de la historia de la humanidad. Su legado es practicamente nulo si exceptuamos la hasta ahora considerada como su pirámide.

INTERESES CREADOS
Del mismo modo que existe un claro interés en hacer prevalecer la crónica de Heródoto, una fábula egipcia según palabras del propio autor, sobre el resto de relatos que nos han llegado, ese mismo interes reaparece de nuevo al magnificar unos más que sospechosos jeroglíficos descubiertos por H. Vyse, en una cámara cuyo propósito no era precisamente el de servir de lugar de paso para que algún visitante alabase el nombre de tan magnífico constructor.
Por el contrario no han faltado todo tipo de ataques, cuando no la más absoluta indiferencia, a la estela descubierta por el fundador del Museo Egipcio de El Cairo, el francés Auguste Mariette, y conocida con el nombre de la Estela Inventario, en la que el mismísimo Keops (y eso sí que duele) deja muy claro para la posteridad su testimonio de que la Gran Pirámide ya existía hace mucho tiempo atrás, y a la que identifica como un antiquísimo monumento en honor de la Diosa Isis. El sólo se limitó a hacer pequeños trabajos de rehabilitación y a construir una pequeña pirámide satélite para una de sus mujeres, dato éste comprobado por los arqueólogos.
La rotundidad de dichas afirmaciones sirven por sí solas para poner patas arriba toda la Historia de Egipto. Muy poco amigos de revoluciones, los egiptólogos han preferido ignorar la estela de Mariette, tachándola de fraudulenta, más que por pruebas materiales (imposibles de demostrar), por el contenido de sus lapidarias conclusiones. Es por ello que ni encaja, ni es creíble a sus oídos. ¿Cuándo demostrarán materialmente que la Estela Inventario es falsa?. Nunca. Como una piedra que es, no se puede datar. Entonces..., ¿por qué están tan seguros?.
No nos engañemos, no existen pruebas documentales y físicas claras que determinen la propiedad de la Gran Pirámide, lo mismo que no existe un consenso claro de tan siquiera situar cronológicamente el reinado del Faraón Keops, y si para dormir más tranquilo alguien desea creerlo así, está en su pleno derecho.
Lo que si existe es un interes manifiesto por parte de individuos que han hecho de una parte de nuestra historia, la historia de todos, una parcela de uso y disfrute privado. No pretendemos ser pesimistas, pero vemos muy difícil el desarrollo de una investigación pluridisciplinaria y sin ningún tipo de prejuicios que saque a la luz éstas y otras incógnitas que forman parte de ese Egipto oculto que no conocemos.

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