sábado, 1 de octubre de 2011

REINOS SUBTERRANEOS
Ricardo Gonzalez

En la historia de diferentes pueblos de la Tierra encontramos claras referencias al mundo interior, un lugar secreto donde se reúnen los grandes sabios, los Rishis o Mahatmas, que sólo permiten el ingreso a su mundo a los que han sido llamados.
Es pues, en Oriente, donde existen mayores referencias al reino subterráneo. Recordemos que fue en la Mongolia donde se estableció el primer centro físico de la Gran Hermandad Blanca, conocido más tarde con el nombre de Shambhala.
Ya las tradiciones de la India afirmaban que en el sagrado Kalapa, al norte del Himalaya, habitaban los grandes Yoguis; allí existirían grandes montañas que otrora formaron parte de una misteriosa isla que se hallaba en el desierto de Gobi, pero cuando éste se encontraba cubierto por las aguas (?). También en la India nos topamos con la historia de los sabios Nagas, quienes viven en un mundo subterráneo iluminado por piedras preciosas; la tradición afirma que los Nagas pueden “viajar” por los aires.
No menos atrayente, resulta la leyenda del Preste Juan, un presunto Emperador de las remotas tierras de la India, que despertó la curiosidad del Papa Alejandro III al enviarle una larga e intrigante carta, donde se describía el fabuloso reino interior.
En China las referencias al mundo oculto no son menos importantes; hace siglos los monarcas de Pekín enviaban a los montes Kun Lun embajadas cuyo propósito era consultar a los espíritus de las montañas en las situaciones de crisis.
Ello nos recuerda sospechosamente las antiguas costumbres de los incas de ir a las montañas para “hablar” con los Apus. Quizá no eran las montañas sino quienes habitaban en sus profundidades los que “respondían” a las consultas.
Como para pensar un poco más nos hallamos ante el testimonio de un indio quechua que, alrededor del año 1844, le confió en agonía de muerte a un sacerdote peruano la existencia de un sistema de túneles bajo la cordillera de los Andes.
Retomando los relatos que nos ofrece la tradición China, nos encontramos con aventuradas hipótesis sobre el verdadero destino del respetable filósofo Lao-Tse —de quien guardo una profunda admiración— quien, según los indicios, habría ingresado al retiro de los Maestros ocultos luego de que escribiera el célebre Tao Te-Ching. Ello generó que varios emperadores chinos enviaran numerosas expediciones durante los siglos III y II a.C. con el afán de hallar al gran sabio de Oriente. Pese a ello, nunca lo encontraron.
Así, encontramos sugerentes indicios de que algunos personajes de la historia habrían ingresado al mundo subterráneo; algunos investigadores se atreven a señalar que Buda, Zoroastro, Pitágoras, Apolonio de Tiana, entre otros representantes del proceso histórico de la Tierra, lo habrían logrado.
No sólo descubrimos interesantes informaciones del reino intraterrestre en las tradiciones de antiguo; obras muy posteriores, muchas de ellas acariciando la inmortalidad, nos invitan a imaginar un mundo maravilloso bajo nuestros pies. ¿Quién no ha leído la fabulosa obra “Viaje al centro de la Tierra”? En esta obra Julio Verne se aproxima de una forma inquietante al secreto de los retiros interiores —esta novela fue publicada por primera vez en 1864—. Cabe mencionar que el imaginativo escritor francés no dejaba los argumentos de sus libros al azar, Verne sabía muy bien lo que hacía, no en vano se adelantó varias décadas al desarrollo de los submarinos nucleares (“20.000 leguas de viaje submarino”); también anticipó el alunizaje de 1969 (“De la Tierra a la Luna”).
Lewis Carroll no se queda atrás; en su conocido cuento “Alicia en el país de las maravillas”, encontramos que la bondadosa protagonista entra al mundo mágico al caer en un pozo... Por otro lado no podríamos olvidar a “Alí Babá y los 40 ladrones”; una palabra mágica ¡ábrete Sésamo!, permitió abrir las puertas del reino oculto. Ello nos recuerda las palabras de poder o mantrans que producen inimaginables efectos al ser correctamente utilizados. En nuestra experiencia de contacto, hemos sabido de uno en particular, que ayuda a aperturar puertas entre las dimensiones; la palabra es Zin-Uru, y curiosamente se ha puesto en práctica en los viajes que hemos realizado a los diversos retiros de los Maestros.
Muchos ven a Julio Verne como un visionario del mundo subterráneo; sin embargo, el célebre escritor francés no era el único. Edgar Allan Poe y Edgar Rice Burroughs también se refirieron al reino oculto. Allan Poe lo ubicaba ingresando por el Polo Norte, a diferencia de Verne que hablaba de una entrada por Islandia; Rice Burroughs por su parte, hacía mención de Pellucidar, un mundo intraterrestre.
En el campo científico podría añadir a esto las investigaciones del erudito alemán Athanasius Kircher (1602-1680), quien en 1665 publicó un libro de Geología donde sustentaba una Tierra llena de “agujeros subterráneos”. Kircher era un respetable jesuita y polígrafo, considerado por algunos como el padre de la Geología; su amplio conocimiento de lenguas orientales y de jeroglíficos egipcios le permitió develar muchos misterios que lo condujeron a proponer arriesgadas teorías, sobre todo para su tiempo. Kircher tampoco fue el único, Edmundo Halley, John Cleve Symnes, y otros respetables científicos, llegaban a las mismas conclusiones.
Otro hecho que favorecía la existencia de una presunta Tierra hueca fue el extraordinario testimonio del Contralmirante Richard E. Byrd, de la Armada norteamericana, quien en 1946, al mando de una sospechosa expedición compuesta por 13 buques de guerra, varias escuadrillas de aviones, unos 4,000 hombres y centenares de científicos, se dirigió al inexplorado Polo Norte. Cuando Byrd informó que sobrevolaba “tierras verdes y habitadas, más allá del polo...”, la conmoción que se produjo dio la vuelta al mundo. Muchos creyeron que con ello se confirmaba la existencia de una “puerta” al mundo subterráneo a través de los polos —tal como lo vaticinaba Edgar Rice Burroughs—, un mundo inimaginable donde habitaría una raza superior al hombre.
Ese mundo mágico, misterioso y aparentemente inalcanzable, es el hogar de los Maestros del Paititi y la Hermandad Blanca. Pienso, respetuosamente, que la ciencia aún no está en capacidad de confirmar o desmentir la existencia de un reino subterráneo. Para empezar, son más de 6,350 kilómetros los que separan la superficie de la Tierra con su centro; mientras el pozo petrolero más profundo llega apenas a los 10 km., lo que equivale a una débil picadura de mosquito.
Es paradójico, pero nos preocupamos más por investigar las insondables posibilidades del espacio exterior, que el conocer los misterios que de por sí nos reserva la Tierra. De seguro que ello también ocurre con nosotros mismos.

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