jueves, 9 de noviembre de 2017

¿Qué secretos esconde la Esfinge de Egipto?



¿Qué secretos esconde la Esfinge de Egipto?

Este es el primero de una serie de artículos dedicados a la enigmática Esfinge de Gizeh, en Egipto. A lo largo de estos artículos iremos intentando desvelar al máximo los secretos que esconde. También nos extenderemos en temas no directamente relacionados con la Esfinge, pero que ayudan a comprender el entorno.La Gran Esfinge de Gizeh es una enorme escultura que se encuentra en la ribera occidental del río Nilo, en la ciudad de Guiza (Gizeh), unos veinte kilómetros al sudoeste del centro de El Cairo. Los egiptólogos estiman que fue esculpida c. siglo XXVI a. C., durante la dinastía IV de Egipto. Los egipcios la llamaban Abu el-Hol (Padre del Terror), derivado de la expresión copta bel-hit, que se aplica a quien manifiesta su inteligencia en los ojos y que traduce la denominación egipcia hu o ju que significa el guardián o vigilante. Según los egiptólogos, la Gran Esfinge se realizó esculpiendo un montículo de roca caliza situado en la meseta de Guiza. Tiene una altura de unos veinte metros, midiendo el rostro más de cinco metros. La cabeza se dice que representa al faraón Kefrén, teniendo el cuerpo la forma de un león. En épocas antiguas estaba pintada en vivos colores: rojo el cuerpo y la cara, y el nemes que cubría la cabeza con rayas amarillas y azules. Sus dimensiones aproximadas son: 57 metros de longitud y veinte de altura.


Debido al deterioro de la enigmática Esfinge resulta complicado conocer qué representa ni con qué fin fue levantada. No sabemos qué clase de rostro tenía originalmente ni si representaba a un ser alado. Y son muchos más los misterios que encierra esta enorme estatua, única en el mundo, cuyo nombre ha venido a convertirse en sinónimo de enigma sin solución. ¿Se descubrirá algún día su misterio? En todo el mundo existen numerosos monumentos de piedra y de antiguas construcciones para los que se han realizado hallazgos que han venido a aclarar el misterio que encierran. También han aparecido textos que han aportado explicaciones o se han conservado tradiciones cuyo origen se pierde en la noche de los tiempos. Si se estudian unos y otros con detenimiento ayudarán a comprender más de un enigma. Pero en la Esfinge de Gizeh, que se levanta entre las pirámides y el río Nilo, no ha sucedido lo mismo. Sigue resistiéndose a los intentos realizados para conocer su origen. En cambio tenemos los enormes dólmenes y menhires de Avebury y Stonehenge, creados al parecer por los sacerdotes druidas que adoraban al sol. Los romanos decían que en Stonehenge se celebraban bárbaros sacrificios humanos, pero en los últimos años el astrónomo Gerald Hawkins demostró, con la ayuda de una computadora, que el monumento circular de Stonehenge fue en realidad un observatorio astronómico.



En torno a la misma Gran Pirámide han circulado decenas de leyendas que se remontan a los tiempos de los árabes y de los griegos. Todas ellas son reveladoras. El interior de este monumento de piedra ha sido abierto en varias ocasiones y los matemáticos han deducido ciertas relaciones que todavía se ignora si fueron obra del azar o si tenían una finalidad bien determinada. Entre las construcciones que todavía mantienen parte de su misterio podemos indicar las cabezas monumentales de la isla de Pascua, las construcciones ciclópeas de Zimbawe o las enormes losas de Baalbek, consideradas como pistas de aterrizaje para las naves de los dioses anunnaki. Pero nada comparable con la Esfinge, para la que todavía no se ha obtenido ninguna información que pueda conducir a la solución de su enigma. Lo primero que sorprende de la Esfinge es su tamaño descomunal, que ha perdido gran parte de su forma original y que está esculpida en la roca viva, esa misma que forma la meseta de Gizeh y que sirve de base a las pirámides cercanas. Para hacerse una idea, debemos decir que desde la base de la estatua hasta la punta superior de su cabeza tiene la altura de un edificio de cinco pisos y su longitud desde el extremo de las patas delanteras hasta lo que pudiera ser el comienzo del rabo, es igual a la anchura de un campo de fútbol. En realidad nos encontramos ante la estatua más grande del mundo, superada únicamente por la moderna estatua de la Libertad, en New York. Pero resultará imposible averiguar el número de obreros que trabajaron en la construcción de la Esfinge, qué faraón ordenó su construcción y si es su rostro el que figura en ella. Y no se han encontrado todavía textos de la antigüedad que ayuden a descifrar el misterio.



A los griegos siempre les había fascinado la Esfinge y quisieron en vano identificar a su constructor. Cuando Herodoto visitó Egipto, los sacerdotes le informaron sobre la Gran Pirámide, pero ninguno supo decirle nada sobre la Esfinge. Se limitaron a decir que le daban el nombre de hu, es decir, figura esculpida en la roca, palabra que los griegos convertirían en la que utilizamos ahora. Durante algún tiempo, los egiptólogos creyeron erróneamente que fue Tutmoses IV el faraón que ordenó esculpir la Esfinge, debido a que apareció su sello real en la piedra. Pero posteriormente se descubrió que todo se remontaba a los tiempos en que, siendo un joven príncipe, Tutmoses fue a cazar al desierto y quedó tan agotado que se echó a dormir a la sombra de la Esfinge, totalmente cubierta por las arenas. El dios Hermekhis se apareció en sueños al príncipe y le pidió quitar la arena que cubría la estatua. El príncipe obedeció y la recompensa consistió en la muerte de su padre Tutmoses III y la ascensión al trono de Tutmoses IV. Y en señal de agradecimiento esculpió su nombre en la piedra de la Esfinge. Tal como ya hemos indicado, Herodoto empezó a interesarse por el enigma de la Esfinge de Gizeh, pero cuando preguntó a los sacerdotes egipcios acerca de ella no supieron contestarle nada, tan sólo que la llamaban hu. Por culpa del sello con su nombre durante largo tiempo se pensó que había sido Tutmoses IV el constructor de la Esfinge y que el rostro del enigmático ser era el del faraón. Hasta que se concluyó que Tutmoses no podía ser contemporáneo de la Esfinge, ya que había reinado durante el siglo XV a.C. y la Esfinge era mucho más antigua. Otro misterio lo constituía saber si la Esfinge representaba a un hombre o a una mujer. Pero no fue posible saberlo debido al mal estado de la cabeza, desfigurada por la arena lanzada por el viento del desierto y por la acción destructora humana. La historia nos informa que a comienzos del siglo pasado unos soldados turcos, llamados mamelucos, se divirtieron utilizando la Esfinge como blanco para el tiro de cañón.



Immanuel Velikovsky publicó en 1952 un libro titulado “Mundos en colisión”, que le dio fama mundial. En su discutida obra atribuía la serie de cataclismos que devastaron al mundo hace unos doce mil años al choque de un planeta errante, que afirmaba fue Venus, contra la Tierra. Immanuel Velikovsky sostenía que Venus era anteriormente un cometa que había causado muchas de las catástrofes que describe la Biblia, tales como el Diluvio, las plagas de Egipto y la caída de las murallas de Jericó. Después publicó otros dos interesantes libros: uno era “Mundos en caos” y el otro se titulaba “Edipo y Akhenaton”. En este último se refería al mito de la Esfinge, que tenía mucho que ver con el faraón egipcio Akhenaton. Este faraón fue un reformador religioso que intentó implantar una religión monoteista para desplazar al politeísmo ancestral de los egipcios. Se dice que sentía por su padre Amenofis III un odio que tenía mucho de celos, debido a que sentía un amor enfermizo por su madre la reina Yocasta (o Tyi), que los psiquiatras llaman complejo de Edipo. Los griegos quedaron fascinados al conocer las peculiaridades de esta familia real, donde el padre se acostaba con su hija, el hermano con la hermana y los abuelos con las nietas. Esta historia daría forma a una de las tragedias más famosas de la literatura universal: la de Edipo, quien tomó por esposa a su propia madre.



No creemos que la Esfinge egipcia tuviese alguna relación con Akhenaton, ya que hay varios miles de años de diferencia entre ambos, pero los griegos se apropiaron de la Esfinge para convertirla en un monstruo mitológico con cabeza de mujer y cuerpo de león, que colocaron a las puertas de la ciudad de Tebas, en la Beocia (Grecia, no confundir con la Tebas en Egipto) para atemorizar a los visitantes. Los detenía el terrorífico animal y les hacía siempre la misma pregunta, que nadie sabía contestar y que estaba basada en las preguntas realizadas por los sacerdotes egipcios a los jóvenes que deseaban iniciarse en los secretos milenarios: “cuál es el ser que camina con cuatro patas por la mañana, con dos al mediodía y utiliza tres al llegar la tarde”. Nadie sabía contestar a esta sencilla pregunta y por lo tanto eran devorados por la bestia. Pero no sucedió lo mismo cuando Edipo llegó a Tebas, ya que acertó la respuesta: “el hombre camina a cuatro patas en la niñez, utiliza dos piernas en la edad adulta y debe echar mano de un bastón al aproximarse a la vejez. Todo parece indicarque esta leyenda se inspiró en la historia de Akhenaton y de Tyi. A Edipo le fueron muy bien las cosas, hasta que le presentaron a su madre la reina Yocasta, a quien no veía desde su lejana infancia y se conservaba más hermosa que nunca. La tomó por esposa y cuando se enteró de la aberración cometida se enfureció por su torpeza y se arrancó los ojos de desesperación. Su hija, que era también su hermana, había tenido tiempo de crecer y le sirvió a partir de entonces de lazarillo. Observamos que la Esfinge carece de senos como otras esfinges de menor tamaño, aunque nadie puede afirmar que los tuviese alguna vez. Su rostro es irreconocible y lo único que puede afirmarse es que es chato, de grueso cuello y anchos pómulos y que tiene en la parte posterior de la cabeza un tocado faraónico. Tampoco puede decirse si el cuerpo es de leona y si tuvo alguna vez alas en el lomo, como otras figuras semejantes, que abundan en templos de todo el país. Hay muchas probabilidades de que la Esfinge fuese alguna vez un animal con alas, pero antes de llegar a esta conclusión será preciso conocer algunos aspectos esotéricos que tal vez ayudarán a resolver en parte las dudas.



Como sabemos, el año se divide en doce signos zodiacales, que corresponden a otras tantas constelaciones. Tres signos corresponden al equinoccio de primavera: Aries, Tauroy Géminis; los siguientes al solsticio de verano: Cáncer, Leo y Virgo; vienen a continuación los del equinoccio de otoño: Libra, Escorpio y Sagitario; y pertenecen los últimos al solsticio de invierno: Capricornio, Acuario y Piscis. La posición relativa de las constelaciones varía muy lentamente con respecto a un punto fijo de observación de la Tierra, debido a cierto movimiento de balanceo de nuestro planeta en su órbita solar. A causa de ese balanceo, nuestra posición con relación a las constelaciones cambia cada 72 años el equivalente de un grado de arco. Se necesitan casi 26.000 años para dar la vuelta a las constelaciones y regresar al punto de partida. Este curioso fenómeno, llamado precesión de los equinoccios, era ya conocido en la antigüedad, donde le concedían gran importancia. A cada periodo de 2.160 años le daban el nombre de Era, y así ha seguido hasta nuestros días. La era cristiana ha transcurrido bajo el signo de Piscis y nos dirigimos hacia la de Acuario. Antes de Piscis, tuvimos la era de Aries, caracterizada por el cordero pascual del pueblo judío. Antes dominó la era de Tauro, identificada con el buey Apis de los egipcios.




Esta sucesión de eras podría determinar la fecha en que fue construida la Esfinge. Lo que se inició con Virgo, o sea una cabeza de virgen, se concluiría con Leo. En base a este planteamiento se considera que la construcción de la Esfinge tuvo lugar entre las eras de Virgo y Leo. Si multiplicamos por 2.160 el número de eras desde la actual hasta la de Virgo, obtenemos una fecha aproximada: el año 10.000 a.C. Fue en aquellos tiempos en que algún pueblo de la antigüedad comenzó a levantar el enigmático monumento. Pero, ¿puede ser tan antiguo este monumento? Constelaciones del zodíaco, formada por los doce signos del zodíaco, dan lugar a los equinoccios de primavera y otoño y a los solsticios de verano e invierno. Cuando en el 590 a. C. el legislador Solón, uno de los siete sabios de Grecia, visitó la ciudad egipcia de Saís, los sacerdotes le hablaron sobre un continente que se hundió en el océano unos nueve mil años antes. Al sumar estos 9000 a los 590 de la visita del sabio griego resulta la fecha de 9590 a.C., que se asemeja de manera sorprendente a la determinada por el cálculo de las eras zodiacales.



Esto podría probar que algunos pobladores de la Atlántida lograron sobrevivir al repentino hundimiento y llegaron a Egipto, donde levantaron esta monumental estatua con cuerpo de león y cabeza de mujer, para recordar que fue entre Leo y Virgo que desapareció para siempre su tierra. Sin embargo, hay quienes dicen que a esos 10000 años habría que sumar una vuelta adicional de las doce eras, hasta obtener más de 38 mil años que demostrarían que la Esfinge es mucho más antigua de lo que se había creído hasta ahora. También se afirma que la Esfinge fue dedicada por los sobrevivientes de la Atlántida al dios solar Hermekhis, cuyo nombre recuerda al Hermes de los griegos. Pero no se tienen pruebas de ello. También en las cartas del Tarot, aparentemente inventadas por los egipcios pero que son originarías de la Atlántida, existe una muy especial que representa a una enorme rueda adornada con varias figuras y que simboliza la precesión de los equinoccios. Y una de las figuras es nada menos que la Esfinge. Algunos consideran que la presencia de la Esfinge en el Tarot representa el hundimiento del legendario continente. Si fuese así, sería de suponer que los sobrevivientes de la Atlántida sumergida llegaron a Egipto y levantaron la Esfinge para recordar a las futuras generaciones la fecha en que tuvo lugar la gran catástrofe. Pero esta teoría tiene algunos fallos, ya que la Esfinge no dirige la mirada hacia el oeste, donde se supone que estuvo la Atlántida, sino que da la espalda a las pirámides para contemplar el lugar por donde sale el sol. ¿Acaso nos estará diciendo que la catástrofe fue por una inversión de los Polos, que provocaron que el Sol apareciese por el Este en lugar del Oeste?



Se considera que el dios griego Hermes pudo ser el dios atlante Hermekhis al que, según algunas teorías, le fue dedicada la Esfinge. Cerca de la milenaria ciudad de Bagdad, capital del actual Irak, se yergue la colina de Kujundschik, donde fue descubierta en el siglo XIX la magnifica biblioteca del rey Asurbanipal, cuyo reinado (668-626 a.C.) señalaría el apogeo del imperio Asirio. Estaba formada por tablillas de barro cocido, grabadas con escritura cuneiforme. Los arqueólogos descifraron el texto y se encontraron con la epopeya del príncipe Gilgamesh, cuyo gran amigo Enkidu sería conducido al cielo por un toro alado. Es sorprendente la cantidad de estatuas de seres provistos de alas que tanto abundan en la región del Tigris y del Éufrates, así como en la vecina Persia. Estos seres alados recibían el nombre de querubines, que es el mismo nombre que se utiliza en el Antiguo Testamento refiriéndose a ciertos ángeles del Señor. Y es curioso que la palabra ángel, que procede del griego, signifique mensajero ¿Quién enviaba estos mensajeros o querubines alados hasta la Tierra para dar instrucciones a los seres humanos? Creo que pueden identificarse a estos seres divinos venidos del cielo como seres extraterrestres, que descendieron del cielo en la antigua Sumer y luego llegaron a Egipto. ¿Habría alguna relación entre los atlantes y los “dioses” de Sumer?



En la antigua India se reverenciaba a Garuda, ser mitad humano y mitad pájaro volador, que acudía a este país a transmitir las órdenes dictadas por los dioses. Los persas lo adoptaron y le dieron el nombre de Simorgh, ave monstruosa que se desplazaba unas veces por el cielo y otras por la tierra. Los sabios de Babilonia relacionaron a este Simorgh con el ave fénix, que renacía de las cenizas después de morir envuelta en llamas. Creemos que esta ave fénix representa un símbolo que aún no ha podido descifrarse. Un posible significado sería que se habían visto a los señores del cielo en el momento de aterrizar en sus naves de fuego, lanzando enormes llamaradas y que veían salir de su interior a unos seres como pájaros alados que renacían de sus cenizas. Este Simorgh se convirtió más tarde en símbolo del poder, igual que sucedería con la versión del toro. Los griegos se apropiarían de él para convertirlo en el caballo Pegaso, que sirvió de cabalgadura al héroe Belerofonte para matar al monstruo llamado Quimera. Los romanos adoptaron más tarde al águila como su emblema y lo mismo harían casi todos los países del mundo. Un toro alado como el hallado en Nínive, simbolizando seguramente a un ser en una nave espacial, fue probablemente el que se llevó a Enkidu por los aires.




Aunque nos apartemos algo del núcleo del relato, creo que vale la pena conocer algo más de este sorprendente personaje llamado Belerofonte. Era un héroe de la mitología griega, cuyas mayores hazañas fueron matar a la Quimera y domar al caballo alado Pegaso. Era el hijo del Rey Glauco de Corinto y de Eurímede, aunque algunas tradiciones le hacen hijo del dios Poseidón. Su nombre original era Hipónoo o Leofontes, sin embargo se lo cambió por el de Belerofonte (que significa “asesino de Belero”) después de haber matado accidentalmente a un tirano de Corinto llamado Belero. En otras versiones, mató accidentalmente a un hermano suyo llamado Deliades. Cuando involuntariamente mató a su hermano, abandonó Corinto y se dirigió a la ciudad de Tirinto, a la corte del rey Preto. El rey Preto acogió a Belerofonte como huésped y lo purificó. La esposa del rey Preto, llamada Estenebea (o Antea), se enamoró de Belerofonte, por lo que le realizó diversas propuestas indecorosas, que Belerofonte rechazó. Estenebea, ofendida, para vengarse por este desaire, lo acusó falsamente de intentar seducirla. El rey de Tirinto se puso furioso, pero no queriendo faltar a las sagradas leyes de la hospitalidad matando a un huésped, encarga a Belerofonte llevar una carta sellada de recomendación a su suegro el rey Lóbates, de Licia, que era padre de Estenebea. En la carta, en realidad, le pedía al rey que diera muerte a Belerofonte.



Desconociendo las intenciones de Preto, Belerofonte llegó a Licia, dinde e rey le dispensó una afectuosa acogida con grandes muestras de hospitalidad. Los primeros nueve días se la pasaron en festejos y en la mañana del décimo día el rey abrió la carta que le entregara su huésped. Para cumplir el encargo pidió como servicio a Belerofonte matar a la Quimera con la esperanza de que la fiera acabara con él. La Quimera era hija de Tifón y Equidna o de la Hidra de Lerna y tenía cabeza de cabra que exhalaba fuego, cuerpo de león y cola de dragón. ¡Extraño ser! La fiera asolaba los fértiles campos y devoraba el ganado. Antes de emprender esta difícil tarea, Belerofonte consultó al adivino Poliido, quien le aconsejó capturar al caballo alado Pegaso. Pegaso era protegido por las musas del monte Helicón, ya que con un golpe con su pata había hecho brotar la fuente de agua Hipocrene de la tierra. Belerofonte no encontró a Pegaso en el monte Helicón, sino en la fuente Pirene en la Acrópolis de Corinto. La diosa Atenea entregó a Belerofonte una brida de oro para domarlo, que Belerofonte colocó sobre su cabeza. Una vez armado se dirigió en búsqueda de la Quimera. Montó a Pegaso y volando sobre la Quimera, empezó a lanzarle flechas. Al final consiguió clavar la punta de su lanza en las fauces de la Quimera, cuyo aliento de fuego fundió la punta de plomo, escurriéndose por su garganta y quemándole los órganos vitales. De esta manera Belerofonte logró vencerla. Tras ello, el rey Lóbates le encargó combatir a los sólimos y posteriomente a las Amazonas, las mujeres guerreras. Ambas empresas fueron realizadas por Belerofonte satisfactoriamente. En vista del fracaso en matarle, Lóbates le preparó una emboscada con sus mejores hombres, pero Belerofonte los mató a todos. Finalmente Lóbates ofreció a su propia hija como esposa a Belerofonte y tuvieron tres hijos: Laodamía, Isandro e Hipóloco. Belerofonte fue luego odiado por los dioses por motivos desconocidos y en cierta ocasión quiso llegar al Monte Olimpo montado sobre Pegaso. Sin embargo, el dios Zeus clavó un aguijón en Pegaso por lo que logró enfurecerlo. Belerofonte no pudo tranquilizar al caballo y esto provocó que su jinete perdiera el equilibrio y se precipitase al vacío. Según una tradición, Belerofonte logró sobrevivir la caída. Sin embargo, quedó cojo y ciego y terminó vagando por la llanura Aleya. Pegaso, por su parte, se remontó hacia el cielo donde se inmortalizó como una constelación.


Pero volvamos a la Esfinge. Hay más indicios de que la Gran Esfinge de Egipto puede ser el doble de antigua de lo que se creía, Según el punto de vista de los geólogos, la Esfinge debe de ser más antigua de lo que se dice, mientras que los arqueólogos afirman que esta conclusión contradice todo lo que sabemos sobre el antiguo Egipto. La mayoría de los egiptólogos creen que la Esfinge se construyó durante el reinado del faraón Kafre (Kefrén) aproximadamente en 2500 a. de C. Pero unos científicos que llevaron a cabo una serie de estudios en el yacimiento de Gizeh dijeron que habían encontrado indicios de que la Esfinge ya estaba allí mucho antes de que Kafre subiera al poder. Los indicios hacen pensar que Kafre se limitó a restaurar la Esfinge. El geólogo norteamericano Robert Schoch dijo que los resultados de sus investigaciones le indicaban que la Esfinge data de una fecha situada entre 5000 y 7000 a. de C. Añadió que, en tal caso, el monumento tendría el doble de antigüedad que la Gran Pirámide y sería el más antiguo de Egipto. Pero la arqueóloga californiana Carol Redmount afirma que los habitantes de la región no tendrían la tecnología ni la voluntad necesarias para construir semejante estructura en aquella época remota. Otros egiptólogos dijeron que no podían explicar las pruebas geológicas, pero insistieron en que la teoría no concordaba con los múltiples datos obtenidos en las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo en la región. Si los geólogos tuviesen razón, habría que revisar gran parte de lo que los egiptólogos afirman.



El científico americano Charles Hutchins Hapgood empezó investigando el enigmático mapa del Piri Reis, que data de 1513 y muestra la costa de América del Sur, y también el Polo Sur, muchos siglos antes de que éste fuera descubierto. Piri Reis, anteriormente Hājjī Mehmet, fue un almirante, marino y cartógrafo turco otomano nacido en Galípoli (actual Turquía) en 1465 y decapitado en Egipto en 1554. Discípulo y sobrino de Kemal Reis, empezó a aprender a navegar a los doce años. Fue hombre de gran cultura, ya que hablaba, además de su lengua nativa, árabe, griego, español y portugués. Participó en numerosas guerras contra la república de Venecia entre 1499 y 1502, además de contra los caballeros de Rodas y los mamelucos de Egipto (1523). Sitió Gibraltar por órdenes del sultán otomano pero terminó aceptando un soborno que le ofrecieron los sitiados. El gobernador de Egipto, Alí Bajá, supo de esto y llamó a Reis para que explicase su actitud, pero este se negó, por lo que Bajá mandó detenerlo y ejecutarlo en el cadalso. Tenía 89 años. Su mayor obra fue el Kitab-i Bahriye (“Libro de las Materias Marinas“), un atlas náutico que contiene el famoso Mapa de Piri Reis, dedicado al sultán Solimán el Magnífico en 1526, recuperado en 1929 y conservado actualmente en el Museo Topkapı Sarayı, en el Palacio de Topkapi en Estambul. En la actualidad, su famoso mapa de Sudamérica aparece en el reverso de los billetes de diez millones de liras turcas. Sus investigaciones demostraron la existencia de una importante civilización marítima antes de que el Polo Sur estuviera cubierto de hielo. Al estudiar las matemáticas codificadas en los corredores y cámaras de la Gran Pirámide, Hapgood llegó a la sorprendente conclusión de que eran increíblemente exactas. Ello le llevó a concluir que la ciencia que había hecho posible aquella construcción debía de ser mucho más antigua de lo que están dispuestos a reconocer los egiptólogos. Los libros de historia nos dicen que la civilización egipcia nació hacia el 2925 a.C. y que al cabo de sólo cuatro siglos ya eran capaces de construir monumentos como la Esfinge y las pirámides de Gizeh. ¡Realmente curiosas las conclusiones a que a veces llega la ciencia oficial! Como era de esperar hubo alguien que no creyó en esta visión oficial. Se trataba del investigador escocés Graham Hancock, que intuyó que tenía que haber alguna civilización antigua perdida, que hubiese existido miles de años antes. Este punto de vista lo basó en una guía que venía utilizando desde su primer viaje a Egipto: “The Traveller’s Guide to Ancient Egypt”, de John Anthony West. Esta guía se diferenciaba de las guías habituales en que se comentaban los misterios relacionados con las pirámides y los templos.




A su vez West mencionaba en su libro la opinión de un egiptólogo heterodoxo llamado R. A. Schwaller de Lubicz, que expresaba su revolucionaria opinión de que la erosión de la Esfinge no se debía a la arena del desierto sino al agua. Schwaller de Lubicz argüía que dado que la Esfinge está protegida desde el oeste por el muro de su recinto y que ha pasado la mayor parte de su existencia enterrada en la arena, es poco probable que la erosión se debiera al viento. Pero es obvio que en Egipto no ha habido lluvias importantes desde hace miles de años. Según los historiadores actuales, la Esfinge fue construida al mismo tiempo que la segunda pirámide de Gizeh, hacia 2500 a. de C., por el faraón Kefrén, hijo de Keops, supuesto constructor de la Gran Pirámide. Esta suposición se basa en el hecho de que se encontró una inscripción que lleva el nombre del faraón Kefrén en la estela que hay entre las patas de la Esfinge. En 1900, Gaston Maspero, director del Departamento de Antigüedades del Museo de El Cairo, sugirió que Kefrén se había limitado a reparar la Esfinge. Si es verdad que la erosión se debió al agua y no a la arena, es obvio que debe tener muchos miles de años más de antigüedad. Y si la Esfinge es más antigua de lo que creen los historiadores, podría ser que también lo fuese la Gran Pirámide, como ya se le había ocurrido a Graham Hancock después de su primera visita.



René Schwaller nació en Alsacia en 1887, en el seno de una rica familia burguesa. Su padre era químico farmacéutico y René pasó su infancia soñando en los bosques, pintando y llevando a cabo experimentos químicos. Desde el principio se sintió fascinado igualmente por el arte y la ciencia, combinación cuya importancia para la obra de su vida no puede subestimarse. Se dice que a los siete años de edad tuvo una revelación sobre la naturaleza de lo divino, y siete años más tarde, otra iluminación relativa a la naturaleza de la materia. Cuando era adolescente se fue a París para aprender a pintar con el gran pintor Matisse. El propio Matisse se hallaba a la sazón bajo la influencia del filósofo Henri Bergson, que hacía hincapié en que la inteligencia no alcanza a captar la realidad y, una vez más, su propia tendencia a desconfiar de la simple ciencia se vio fortalecida. Sin embargo también se embarcó en el estudio de la física moderna, que en aquellos momentos experimentaba la influencia de Einstein y Planck. Ingresó en la Sociedad Teosófica de Helena Blavatsky y empezó a pronunciar conferencias y escribir artículos para la revista de la sociedad. Rindió homenaje a la ciencia, que «conduce a todo el progreso, fecunda toda actividad y nutre a toda la humanidad», al tiempo que la atacaba por su conservadurismo. Sin embargo, Schwaller era mucho más realista y pragmático que los teósofos y se estaba imponiendo a sí mismo la tarea de combatir el realismo con el pensamiento racional. Al parecer, el siguiente paso fue su interés por la alquimia, la ciencia de la transmutación de la materia y la búsqueda de la «piedra filosofal». Pero lo que interesaba a Schwaller no era tratar de convertir el plomo en oro, sino que creía que la alquimia es básicamente una búsqueda mística cuyo objetivo es la iluminación y que la transmutación de metales no es más que un subproducto de la misma. Pronto añadió a sus estudios de alquimia el de las vidrieras de colores y la geometría de las catedrales góticas, convencido de que ocultaban algún conocimiento secreto de los antiguos.



La tradición ocultista se basa en la idea de que existía en el pasado una ciencia que lo abarcaba todo, incluyendo la religión y las artes. Este conocimiento sólo lo poseían los miembros de una pequeña casta de iniciados y los albañiles medievales lo codificaron en las grandes catedrales góticas. Según el escritor William Stirling: “Desde los tiempos del antiguo Egipto esta ley ha sido un arcano sagrado que se comunica exclusivamente por medio de símbolos y parábolas y cuya creación, en el mundo antiguo, constituía la forma más importante de arte literario; por consiguiente, su exposición requería una casta sacerdotal a quien se hubiera enseñado su uso, y en él se instruyó a los gremios de artistas iniciados, que existieron en todo el mundo hasta tiempos relativamente recientes. Hoy en día todo esto ha cambiado”. Schwaller tenía poco más de veinte años cuando conoció a un alquimista que se hacía llamar Fulcanelli y habló con él de la Gran Obra de transmutación. Rodeaba a Fulcanelli un círculo de discípulos que se hacían llamar Los Hermanos de Heliópolis, que estaban entregados de lleno al estudio de las obras de Nicolas Flamel y Basil Valentinus y visitaban las librerías de ocasión de París en busca de antiguos textos alquímicos. En un volumen antiguo que estaba catalogando para una librería parisina había hallado Fulcanelli un manuscrito de seis páginas y tinta descolorida, que indicaba que el color desempeñaba un papel importante en el secreto de los alquimistas. Pero Fulcanelli, cuya actitud ante la alquimia era básicamente materialista, no logró comprenderlo. Pero Schwaller pudo ayudarle en sus interpretaciones, mostrando a Fulcanelli su propio manuscrito sobre las catedrales medievales. Fulcanelli se entusiasmó al verlo y se brindó a ayudarle a buscar un editor. De hecho, Fulcanelli tuvo el manuscrito en su poder durante mucho tiempo y se dice que acabó robando la mayoría de sus ideas para su propio libro “El misterio de las catedrales”, publicado en 1925, que se ha convertido en un referente. Mientras tanto, Schwaller había trabado amistad con un poeta francés y príncipe lituano que se llamaba Luzace de Lubicz Milosz. Durante la primera guerra mundial Schwaller trabajo de químico en el ejército y después de la contienda Milosz le otorgó el título de caballero por los servicios que había prestado al pueblo lituano, así como el derecho a añadir «de Lubicz» a su nombre. En ese momento Schwaller recibió el nombre místico de AOR. Él y Milosz fundaron una organización política llamada Les Veilleurs («los vigilantes»), que se basaba en las ideas elitistas de Schwaller y a la que en cierto momento perteneció el futuro jerarca nazi Rudolf Hess, que era también miembro de una orden secreta alemana llamada la Sociedad de Thule.



Pero parece que Schwaller se cansó de participar en la política y se mudó a Suhalia, en Suiza, para continuar sus estudios esotéricos con un grupo de amigos de ideas afines. Esto duró hasta 1934, año en que los problemas económicos causaron la disolución de la comunidad de Suhalia. Para entonces, Fulcanelli ya había muerto. Según Schwaller, había invitado a Fulcanelli a su domicilio de Grasse, en el sur de Francia, para intentar la Gran Obra y el éxito fue total. Convencido de que ya sabía cómo producir la transmutación alquímica, Fulcanelli volvió a París y repitió el experimento varias veces, fracasando en todas ellas. La razón, según diría más adelante Schwaller, era que él había elegido el momento oportuno y las condiciones más indicadas para el experimento, mientras que Fulcanelli no sabía nada de esas cosas. En 1936 desembarcó en Alejandría para visitar la tumba de Ramsés IX. Allí tuvo una revelación mientras contemplaba una imagen del faraón, que aparecía representado bajo la forma de la hipotenusa de un triángulo rectángulo cuyas proporciones eran 3:4:5, a la vez que el brazo alzado representaba una unidad complementaria. Estaba claro que los egipcios conocían el teorema de Pitágoras siglos antes del nacimiento de su autor. De pronto, Schwaller se dio cuenta de que la sabiduría de los artesanos medievales se remontaba al antiguo Egipto. Durante los quince años siguientes, hasta 1951, permaneció en Egipto, estudiando sus templos, en particular el de Luxor. Los resultados fueron sus obras “The Temple of Man” y “Sacred Science”. Continuando el hilo del relato, Graham Hancock, debido a su formación académica, se inclinaba a adoptar una actitud escéptica. Pero al estudiar el Arca de la Alianza, encontró una referencia tras otra a sus facultades milagrosas: matar a personas, destruir ciudades, allanar montañas, causar quemaduras y tumores cancerosos. Según las tradiciones judía y cristiana, el Arca, conocida como Arca de la Alianza, Arca de Yahveh o Arca del Testimonio, era un objeto sagrado que guardaba las tablas de piedra que contenían los Diez Mandamientos, la vara de Aaron que reverdeció y el Maná que cayó del cielo, representaba la alianza (pacto o convenio) entre Dios y el pueblo judío. Se guardaba en el Templo de Jerusalén y se llevaba al frente de batalla cada vez que había una guerra. El Arca simboliza la unión de Yahveh con el pueblo, y a ello debe su nombre. Se cree que desapareció con la destrucción del templo de Jerusalén por el rey Nabucodonosor II.


Según se detalla en la Biblia, el Arca estaba hecha de madera de acacia negra, revestida por dentro y por fuera con láminas de oro puro. Medía 2,5 codos de longitud y 1,5 de ancho y alto, o sea 1,31 m de largo por 0,78 m de alto y ancho. Una guirnalda de oro la rodeaba en su parte superior. A ambos lados llevaba fijos cuatro anillos de oro, a través de los cuales se insertaban dos pértigas de acacia recubiertas también de oro. Sobre la tapa del cofre descansaban dos querubines, igualmente dorados. Los querubines eran dos figuras aladas de aparente apariencia zoomórfica, tal vez parecida a las figuras descritas en la Biblia tras la visión de Ezequiel, o bien como los toros alados asirios de Nínive. Sea cual fuera la forma que tuviesen, distan mucho del querubín angelical ofrecido por el Cristianismo, y que remonta sus orígenes a las representaciones helenísticas de niños. Los querubines del Arca extendían las alas con tendencia a tocarse las puntas, de modo que el espacio que quedaba entre las figuras y el propiciatorio formaba un triángulo sagrado. Ese espacio abierto se llamaba oráculo, y era mediante el que se comunicaba Yaveh, como si fuese algún aparato de comunicaciones con altavoces. El Arca estaba situada en el sancta sanctorum o lugar más sagrado del tabernáculo en el Templo. Además de contener elementos sagrados tenía fama de ser un arma capaz de proteger al pueblo elegido, siendo brazo ejecutor de los castigos de Yaveh. Los significados del Arca iban más allá de lo simbólico, ya quee tener el Arca era tener a Dios. El arcaico cofre era una manifestación física de la presencia de Yaveh y fue un medio eficaz para mantener a los judíos lejos de la idolatría. Se recurría a su auxilio en tiempos de guerra, concretamente en la conquista de Canaán. Su transporte y cuidado estaba reservado a la tribu de los levitas. Ella abría la marcha durante los años de expedición por el desierto y estaba casi siempre a la cabeza del pueblo. Al plantar el tabernáculo, un velo la separaba del santuario, y al levantar la marcha, los levitas la envolvían en aquel velo. Todo iba envuelto en una piel teñida de azul y en otra de color jacinto. El arca era un ícono donde se suponía residía la presencia de Yaveh mismo. Los antiguos hebreos, le tenían tal reverencia al arca, que su morada era el lugar Santísimo del tabernáculo de Dios, a donde nadie podía entrar sino el Sumo Sacerdote una vez al año; portando incienso y sangre de cordero sobre sí para no perecer a causa de la Presencia de Dios. ¡Muy extraño lo de ir cubierto de sangre para no perecer! Actualmente los judíos tienen en sus sinagogas un cofre donde guardan la Torá y el cual representa el Arca de la Alianza, habitáculo que alberga la palabra de Yaveh.


Un viejo monje explicó que el Arca estaba envuelta en gruesos paños cuando la llevaban en procesiones religiosas, no para protegerla a ella, sino para proteger a las personas próximas. Esto llevaba a pensar en algún tipo de radiaciones. Al leer todas las fuentes sobre el Arca se observa que hacen referencia a las mismas capacidades maravillosas. Hancock empezó a pensar que se trataba de alguna clase de máquina, pero la idea le pareció demasiado descabellada. Sin embargo, todo lo que leyó sobre el complejo de Gizeh hizo que se sintiera más seguro de que no lo habían construido hombres primitivos. La búsqueda de una civilización perdida le hizo viajar a América para investigar las misteriosas líneas de Nazca, en Perú, la ciudad inca perdida de Machu Picchu, el lago Titicaca y las ruinas de Tiahuanaco, así como los grandes templos aztecas de América Central. También los indicios que encontró en estos lugares indicaban una antigüedad mucho mayor que la que se reconoce oficialmente. También le intrigaron las leyendas que hablaban de unos dioses blancos que trajeron la civilización a América. A estos dioses se les llamaba Viracocha, Quetzalcóatl o Kukulkan, y se les representaba con piel blanca y ojos azules, igual que a Osiris en las antiguas estatuas egipcias. Cuando regresó a Egipto para escalar la Gran Pirámide, Graham Hancock ya estaba convencido de que el grado de complejidad técnica necesario para construir aquellos monumentos indicaban que la civilización de los incas y los aztecas se remontaba a miles de años antes de lo que afirman los libros de historia y de que en otro tiempo había existido una civilización desconocida que se había perdido y de la que no hablaba la historia. En Canadá, Graham Hancock conoció a un amigo de John Anthony West, el escritor Paul Roberts, al que mencionó la admiración que sentía por “Travellers’s Guide to Ancient Egypt”. Y el amigo de West le recomendó leer otro libro de West, titulado “Serpent in the Sky”. Esta obraresultó igualmente fascinante y sorprendente, ya que se trataba básicamente de un estudio de las ideas de Schwaller de Lubicz, que se había pasado quince años estudiando monumentos egipcios antiguos, en particular el templo de Luxor, y había sacado la conclusión de que la ciencia, la medicina, las matemáticas y la astronomía egipcias poseían un refinamiento y complejidad muy superior al que están dispuestos a reconocer los egiptólogos.




La civilización egipcia se basaba en una comprensión total y exacta de las leyes universales. Además, parece que todos los aspectos del conocimiento egipcio eran completos desde el principio. Sorprendentemente, las ciencias, las técnicas artísticas y arquitectónicas y el sistema jeroglífico no muestran ningún indicio de un período de evolución. Es realmente increíble que muchos de los logros de las primeras dinastías nunca fueron superados o igualados más adelante, como si la civilización egipcia hubiese ido de más a menos. Los egiptólogos ortodoxos están dispuestos a reconocer este hecho asombroso, pero se quita importancia al misterio que representa a la vez que no se mencionan sus implicaciones. West se preguntaba con razón: «¿Cómo nace una civilización compleja y totalmente desarrollada? Echad un vistazo a un automóvil de 1905 y comparadlo con uno moderno. El proceso de «desarrollo» es inconfundible. Pero en Egipto no hay paralelos. Todo está ya presente al principio». Luego West dice que, según Schwaller, la civilización egipcia no empezó hacia el año 3000 a. de C. con el legendario rey Menes, como dicen los libros de historia, sino que miles de años antes Egipto fue poblado por los supervivientes de la Atlántida, que habían atravesado el Sáhara, que entonces era una región fértil, y se habían instalado en el valle del Nilo. Los grandes templos y pirámides de Egipto son un legado de estos supervivientes de la Atlántida. Schwaller de Lubicz creía que la respuesta al misterio de la civilización egipcia radicaba en que la fundaron supervivientes del gran continente perdido que, según Platón, perecieron en un cataclismo volcánico que tuvo lugar alrededor del 9500 a. de C. Fueron estos supervivientes quienes construyeron la Esfinge y proyectaron las pirámides de Gizeh. Y fue Schwaller quien indujo a John West a empezar su búsqueda de la antigüedad de la Esfinge tratando de determinar si la causa de su erosión fue la arena impulsada por el viento o el agua. No cabe duda de que John Anthony West se tomó en serio lo que afirmó Schwaller sobre la erosión de la Esfinge. De hecho, Schwaller basó su observación en el convencimiento de que la civilización egipcia tenía que haber nacido miles de años antes del 3000 a.C., porque era imposible que el conocimiento codificado en los templos fuese fruto de sólo seiscientos años.




El comentario sobre la erosión producida por el agua lo hizo en “Sacred Science”, y su amigo y discípulo André Van den Broeck, artista norteamericano autor del libro “Al-Kemi”, pensó que Schwaller opinaba que la erosión se había producido cuando la Esfinge se hallaba sumergida en el mar. El malentendido convenció a West de que la erosión marina era una idea que podía confirmar científicamente la teoría de Schwaller sobre la civilización egipcia. Si Schwaller está en lo cierto, la opinión actual no está captando lo que hay en el trasfondo de los templos egipcios y las catedrales medievales. La tradición hermética afirma que este conocimiento se mantuvo escondido durante miles de años. Pensemos en las vidrieras rojas y azules de la catedral de Chartres. El análisis científico no ha logrado identificar los pigmentos que se utilizaron. Esto se debe a que no hay ningún pigmento. Los vidrios se coloreaban mediante un proceso alquímico que liberaba los colores de los metales que los contenían. De hecho, hay motivos para creer que ésa fue la Gran Obra que Schwaller y Fulcanelli ejecutaron en Grasse. Schwaller puso cuidado en no hacer ninguna afirmación en este sentido en sus libros. Transmitió verbalmente esta información a Van den Broeck en 1960, un año antes de su muerte. Durante los últimos años de su vida Schwaller vivió retirado en Grasse, cerca de Cannes, y su nombre era totalmente desconocido para el público en general. André Van den Broeck, que vivía en Brujas, encontró casualmente uno de los primeros libros de Schwaller, “Esoterismo y simbolismo”, publicado en El Cairo. A Van den Broeck le pareció que Schwaller hablaba de una cuestión que le absorbía desde hacía años: la de qué representa exactamente el arte. Por ejemplo, a Beethoven no le cabía ninguna duda de que su música representaba el conocimiento; sin embargo, está muy claro que sería imposible tomar un solo compás de su música y declarar lo que dice. Ahora bien, en Van den Broeck había influido un amigo, Andrew Da Passano, que trató de probar la existencia de estados superiores de la conciencia refiriéndose a la obra de Einstein, Bohr y Heisenberg. Van den Broeck había estado leyendo “Los principios de la matemática”, de Russell y Whitehead y le parecía que su propia idea sobre el conocimiento podía expresarse en términos matemáticos. La mayor parte del conocimiento está en función del método que utilizas para lograrlo. Pero Van den Broeck pensó que no puedes decir que al conocimiento superior de que hablaba Beethoven se llegara utilizando algún método como contar o razonar. Van den Broeck pensó que esta visión interior era un importante avance y escribió una breve monografía en la cual intentó expresar esta idea de un conocimiento que precede al método en términos de lógica simbólica.



Schwaller había empezado su libro sobre los símbolos y el simbolismo comentando que hay dos maneras de leer los textos religiosos antiguos: la «exotérica» y la «esotérica». La primera consiste en significados, y éstos pueden buscarse en un diccionario o en un libro de historia; pero esto sólo sirve de base para el significado esotérico, que Schwaller denomina un sistema de símbolos. Está claro que Van den broeck se refería al sistema simbólico de Schwaller cuando hablaba de conocimiento superior, la clase de conocimiento que sale de las profundidades del alma y no se consigue por medio del método. Había también en Schwaller una zona de especulación en su convencimiento de que el género humano no había evolucionado sino descendido de gigantes que en otro tiempo vivieron en la Tierra. También estaba convencido de que el Nilo es un río artificial, dirigido de manera deliberada hacia el interior del valle del Nilo, para formar la base de la civilización egipcia. Mucho más importante era la visión interior que tenía Schwaller de la naturaleza del sistema de conocimiento de los antiguos egipcios. También eso era un concepto elitista: a la cabeza, los sacerdotes ilustrados, la perfecta identidad de la ciencia y la teología. La palabra «alquimia», según Schwaller, se deriva de Kemi, la palabra griega que significa Egipto, a la que se añade el prefijo árabe «al». En el antiguo Egipto, el faraón, el dios-rey, era el símbolo de este «absoluto del cual sacamos nuestro poder». Y la alquimia, o la transmutación de la materia en espíritu, de la que la transmutación de los metales en oro no es más que un subproducto, depende de este «momento de poder», de estar totalmente presente en el momento presente. No hay ningún referente para el conocimiento. En su obra “La diosa blanca”, Robert Graves habla de conocimiento lunar y solar. Nuestro tipo de conocimiento racional es solar, ya que utiliza palabras y conceptos del objeto del conocimiento mediante el análisis. Pero las civilizaciones antiguas tenían conocimiento lunar, que es un conocimiento intuitivo que captaba las cosas en su totalidad. En 1914, George Ivanovich Gurdjieff dijo a su discípulo Ouspensky que hay una diferencia fundamental entre el arte real y el arte subjetivo. El arte real no es sólo una expresión de los sentimientos del artista; es tan objetivo como las matemáticas, y siempre producirá la misma impresión en todas las personas que lo vean.



La gran Esfinge de Egipto es una obra de arte de esta clase, así como algunas obras de arquitectura y ciertas estatuas de dioses. Hay figuras de dioses y de varios seres mitológicos que pueden leerse como si fueran libros, sólo que no con la mente sino con las emociones, siempre y cuando estén suficientemente desarrolladas. En el Asia Central, en el desierto que se extiende a los pies del Hindu-Kush, hay una extraña figura que al principio parece algún dios o diablo antiguo. Pero al cabo de un rato se siente que dicha figura contiene un sistema completo y complejo de cosmología. Y lentamente se empieza a descifrar este sistema. En toda la estatua no hay nada accidental, nada que carezca de significado. Y gradualmente comprendemos el propósito de la gente que construyó esta estatua. Empezamos a sentir sus pensamientos, sus sentimientos. En todo caso, captamos el significado de lo que querían decirnos desde miles de años antes. Y no sólo el significado, sino también todos los sentimientos y las emociones relacionados con él. Según Schwaller, esto es exactamente el objetivo de los egipcios en sus templos, monumentos y estatuas. En su obre “A New Model of the Universe”, que escribió después de convertirse en discípulo de Gurdjieff, Ouspensky había escrito lo siguiente sobre la Esfinge: «A decir verdad, la Esfinge es más antigua que el Egipto histórico, más antigua que sus dioses, más antigua que las pirámides, que a su vez son mucho más antiguas de lo que se piensa». Esto parece una información adquirida directamente de Gurdjieff. Pero ¿cómo podría una obra de arte causar el mismo efecto en todas las personas? El arte atrae a lo más profundo de cada persona. Pitágoras, fundador de las matemáticas griegas, que vivió entre 582 y 507 a.C. creía en la reencarnación, y «los pitagóricos creían que la esencia de todas las cosas era número y que todas las relaciones podían expresarse numéricamente”. Esta opinión les llevó a descubrir la relación numérica de las notas musicales y a cierto conocimiento de la geometría euclidiana. A veces se dice de la filosofía pitagórica que es misticismo de los números. A los pitagóricos les extasiaban cosas tales como la forma de los cristales y los dibujos que trazaba la escarcha. Los pitagóricos sospechaban que los procesos de la naturaleza son gobernados por leyes matemáticas, y tenían razón.



¿Por qué ciertas frases musicales nos causan placer? Alrededor de 1910 un compositor vienés que se llamaba Arnold Schoenberg sacó la conclusión de que, dado que no podía ver ninguna respuesta obvia del problema de por qué la música afecta nuestros sentimientos, la respuesta debía de radicar en la palabra condicionamiento. Schoenberg decidió crear una escala musical diferente y escribir música que se basara en varias notas dispuestas en un orden elegido arbitrariamente en lugar de música que resultase atractiva al oído. Pero se equivocó al suponer que la música es arbitraria. Al cabo de casi un siglo, sus obras y las de sus discípulos todavía suenan extrañas y disonantes. Cualquier pitagórico hubiese podido decirle que su teoría se basaba en una falacia al no haber captado que hay una razón matemática oculta por la cual cierto orden de notas nos resulta armonioso y las notas arbitrarias no producen música con sentido. Es al aplicar las mismas visiones interiores al reino de las cosas vivas cuando empezamos a captar la esencia del pensamiento egipcio. Gurdjieff, en su obra principal, “Beelzebub’s Tales to his Grandson” hace que Beelzebub, que es un ser superior que procede de un sistema solar situado en la Vía Láctea, explique que en un principio Egipto estaba poblado por supervivientes de la Atlántida, que fue destruida en dos cataclismos, y que la Esfinge y las pirámides de Gizeh las construyeron los atlantes. Hay que tener en cuenta que el libro se escribió antes de que Schwallen descubriese el Egipto antiguo, de modo que no hubo influencia mutua. Al cabo de algún tiempo, en la época del Egipto dinástico, se dice que se produjo un cataclismo espiritual que hizo que la humanidad degenerase. El hombre empezó a creer que el mundo material es la única realidad y que lo espiritual es un mero reflejo de lo material. Esto parece un eco del convencimiento de Schwaller de que el género humano ha degenerado de «gigantes… a un estado casi animal». Es curioso que el interés de Schwaller por la antigüedad de la Esfinge y los otros grandes monumentos egipcios fuera consecuencia de su interés por la alquimia y su influencia en la evolución humana. Creía haber encontrado en el Egipto antiguo un modo de pensamiento completamente nuevo. Un modo que no puede expresarse en los conceptos del lenguaje, sino que sólo puede mostrarse en el mito y el simbolismo.




Este conocimiento también llevaba aparejada una tecnología muy avanzada, capaz de proezas tan increíbles como mover bloques de 200 toneladas, que se usaron para construir los templos y la Esfinge, y colocarlos unos encima de otros. Schwaller creía que el Egipto antiguo poseía un sistema de conocimiento que había heredado de una civilización mucho más antigua cuyos modos de pensamiento eran fundamentalmente distintos de los del hombre moderno. Creía que el secreto de este sistema de conocimiento estaba en el Egipto antiguo. Como no quería dañar la reputación de sus estudios matemáticos en el templo de Luxor, Schwaller no fue demasiado concreto al referirse a su opinión sobre la antigüedad de la Esfinge. Pero en “Sacred Science”, al comentar las leyendas de la prehistoria egipcia, habla de tradiciones antiguas que hacen referencia a los tiempos anteriores a la existencia del delta del Nilo, antes de que el Nilo hubiera traído los miles de millones de toneladas de limo que ahora forman el delta. Y añadía: “Una gran civilización debió de preceder los inmensos movimientos de agua que pasaron por encima de Egipto, lo cual nos induce a suponer que la Esfinge ya existía, esculpida en la roca del precipicio occidental de Gizeh, aquella Esfinge cuyo cuerpo leonino, exceptuando la cabeza, muestra señales indiscutibles de erosión acuática”. Y añade: «No tenemos ninguna idea de cómo se produjo la sumersión de la Esfinge...», lo cual parece indicar claramente que piensa en términos de una esfinge sumergida bajo el mar, tal vez por el famoso diluvio universal. Al leer estas frases, West consideró que esta idea de la erosión causada por el agua tenía que poderse probar científicamente. En 1978 expresó este convencimiento en “Serpent in the Sky”, donde relatasu estudio de Schwaller y del antiguo Egipto. Para ello trató de despertar el interés de los estudiosos por el problema y enseñó a un geólogo de Oxford una fotografía de la Esfinge en la cual la cabeza y los demás rasgos que la identificaban aparecían tapados con cinta adhesiva. Le pregunto si creía que era producido por erosión eólica o erosión acuática, y el geólogo respondió que era erosión acuática. Entonces West quitó la cinta adhesiva y dejó al descubierto la cabeza y las patas de la Esfinge. El geólogo miró fijamente la fotografía y dijo: «No quiero decir nada más. El desierto no es mi especialidad». Otros científicos a quienes West escribió ni tan sólo contestaron. Pasaron varios años más antes de que encontrara un geólogo sin prejuicios que se avino a echar un vistazo a la Esfinge. Fue el principio de una nueva e importante fase en la búsqueda de la Atlántida.



La inexistencia de restos de pescado en este período hace suponer que el hombre había aprendido a alimentarse con productos agrícolas. Luego, una serie de desastres naturales, entre los que hubo tremendas inundaciones en el valle del Nilo, pusieron fin a la «revolución agrícola» hacia 10500 a.C. Ésta es la fecha en que se supone tuvo lugar la destrucción de la Atlántida y en que los supervivientes llegaron a Egipto y construyeron la Esfinge. El ingeniero, Robert Bauval, cuando se hallaba acampado en el desierto de Arabia Saudita durante una expedición, se despertó y alzó los ojos hacia la Vía Láctea. «De hecho -agregó su amigo astrónomo-, las tres estrellas del cinturón de Orión no están alineadas de manera perfecta… la más pequeña está ligeramente desviada hacia el este.». Era una respuesta a su pregunta sobre por qué la pirámide de Menkaura era más pequeña que las otras dos y estaba desviada hacia el este. Las pirámides tenían que representar las estrellas del Cinturón de Orión. Y la Vía Láctea era el río Nilo. Bauval observó que la única vez en que las pirámides son un reflejo perfecto de las estrellas del Cinturón de Orión fue en 10450 a.C. Éste es también su punto más bajo en el cielo. Después de esto, empezó a subir otra vez de nuevo, y alcanzará su punto más elevado hacia el año 2550 d.C. En el año 10450 a.C. fue como si el cielo fuese un enorme espejo en el cual el curso del Nilo se reflejaba como la Vía Láctea; y las pirámides de Gizeh, como el Cinturón de Orión. La curiosa coincidencia de la fecha con el posible hundimiento de la Atlántida, plantea una pregunta importante: ¿por qué los constructores de las pirámides de Gizeh las dispusieron de manera que reflejasen la posición del Cinturón de Orión en el 10450 a.C.?


https://oldcivilizations.wordpress.com/2011/01/29/%C2%BFque-secretos-esconde-la-esfinge-de-egipto-introduccion/

No hay comentarios.: